Un hombre del pueblo de Negua,
en la costa de Colombia,
pudo subir al alto cielo.
A la vuelta, contó.
Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana.
Y dijo que somos un mar de fueguitos.
El mundo es eso -reveló- Un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás.
No hay dos fuegos iguales.
Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores.
Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento,
y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas.
Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman;
pero otros arden la vida con tantas ganas
que no se puede mirarlos sin parpadear,
y quien se acerca, se enciende.
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Nos amamos rodando por el espacio
y somos una bolita de carne sabrosa y salsita,
una sola bolita caliente
que resplandece y echa jugosos
aromas y vapores
mientras da vueltas y vueltas por el espacio infinito
y rodando cae,
suavemente cae,
hasta que va a parar al fondo de una gran ensalada.
Allí se queda,
esa bolita que somos tú y yo;
y desde el fondo de la ensalada vislumbramos el cielo.
Nos asomamos a duras penas
a través del tupido follaje de las lechugas,
los ramos de brocoli,
los peñascos de tomate
y el bosque de perejil,
y alcanzamos a ver algunas estrellas
que andan navegando
en lo más lejos de la noche..
(E.Galeano)
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