Con estivalidad y, sin duda, con alevosía, se producen en Madrid unos episodios policiales de los que un Estado de derecho debiera dar posterior cuenta a la ciudadanía y cuyas responsabilidades directas sería de ley depurar. La alevosía la damos, fatalmente, por hecho al referirnos a las actuaciones de ciertos cuerpos, en particular si son los de Seguridad; con la estivalidad, sin embargo, querrían haber contado quienes los han agitado, quienes los han soltado a las calles y azuzado contra los que habrían de ser sujetos de su protección, sin tener en cuenta que la indignación no es estacional y que, si bien Madrid está medio vacía, el vaso del cabreo está a rebosar. Acaso ustedes, señores del Interior, esperaban que todo el mundo estuviera en la costa, y se han encontrado con indignados de guardia: hay cosas y personas que no se van de vacaciones.
¿Quién ha decidido que se desaloje a pisotones la acampada en el paseo del Prado y se destruya el pactado puesto informativo en una Puerta del Sol que nos pertenece y que ya es símbolo mundial de un nuevo sistema? ¿Quién, que se cierren por la fuerza los accesos a la plaza, en una actuación insólita de la que hasta un sindicato de policías cuestiona la legalidad? ¿Quién ha tomado la decisión de echar el cierre a los comercios de la zona -Ignacio Lario, quizá, presidente de los comerciantes, que exige indemnizaciones multimillonarias y alienta cargas policiales-? ¿Quién ha dado la orden de que los antidisturbios actúen con una agresividad desproporcionada frente a la naturaleza del objeto de su violencia? ¿Camacho y Gallardón? ¿Rubalcaba (¿dónde está Zapatero?)? ¿También Rouco Varela?
Porque a la alevosía y a la estivalidad de la operación hay que unirle una indignante vaticanidad, pues a pocos escapa que esta operación tiene, con la llegada a Madrid de Ratzinger, una relación inversamente proporcional a la limpieza que los mossos perpetraron en su día en la plaza de Cataluña de Barcelona, supuestamente por un encuentro futbolístico: si entonces supimos que nada tenía que ver con el fútbol y sí con la represión del 15-M, ahora sabemos que la del movimiento en Madrid se realiza porque el papa-móvil va a pasar por aquí. Pero, ¿esto qué es?, ¿qué pretenden ustedes? Mientras los indignados solo hacen uso del espacio público para protestar contra los sistemáticos abusos del poder establecido; mientras se sientan en el suelo para celebrar en asamblea el encuentro de su conciencia, de su unión, de su voz y de su voluntad, quienes llevan las riendas de la caballería deciden sofocarlos para abrir paso al jefe de un Estado ridículo en su mismidad, culpable de crímenes que no se le permitirían a una república bananera.
Esos poderes públicos que abusivamente representan los gallardones, camachos, rubalcabas y roucovarelas de turno parecen no poder comprender que a su anciene régime le quedan dos telediarios que ya nadie ve, pues la información veraz fluye por otras redes. No comprenden que nuestra era ya no lleva su nombre porque es, será, la de Anonymous. O sí: lo comprenden y actúan desde la desesperación que produce el sentirse y verse acabados.
No se dan cuenta de que agonizan precisamente por actuar así, por reprimir, por ser violentos, por ejercer abuso de su poder. Necios. ¿Millones de euros del dinero público para recibir al Papa? ¿De un dinero público que, sin embargo, no puede cubrir las prestaciones sociales de este país, sumido en los recortes que conlleva una profunda crisis? Si Jesucristo levantara la cabeza enfurecería con tales mercaderes. ¿Millones de euros para recibir a un tipo homófobo y en connivencia con peligrosos pederastas? ¿Estamos locos o qué? Y para llevar adelante este escándalo sacan sus escuadrones a la calle, en una suerte de razzia a favor de Ratzinger que ofende a los limpios de corazón y a los indignados con razón. Belicosos. ¿Que la ciudadanía no puede tomar la plaza para tratar de desfacer vuestros graves entuertos pero vosotros podéis instalar 200 confesionarios en el Retiro? ¿¿¡¡Perdón!!?? ¿Confesionarios? ¿Pero estáis de broma o qué? Provocadores.
Artículo de Ruth Toledano para El Pais.