Los ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola constituyen un monumento a la psicología humana.
Tienen un amplio espectro: sirven lo mismo para que confiese un preso su delito, para que la derecha gane las elecciones y para que la izquierda vaya al cielo. El primer día de retiro, en la penumbra de la capilla, con el rostro iluminado por el flexo abatido, el director habla de la muerte.
Con todo lujo de detalles describe los estertores de la agonía, el dolor, la asfixia, el terror ante el inminente juicio de Dios. Después se demora en la putrefacción del cuerpo en la tumba. Ese cuerpo que tanto adoras será pasto de los gusanos. Jugueteando con la correa del reloj, el director te recuerda que también a esa muchacha tan linda, de las que estás enamorado, las larvas acabará por roerle las entrañas y te obliga a imaginarlas entrando y saliendo por su boca y su nariz.
Los ejercitantes pasean por el patio meditando en silencio. En la plática siguiente el director habla del infierno como castigo de los pecados y continua dándole más vueltas de rosca a la conciencia. Toda la eternidad llena de alaridos, dentro el fuego eterno alimentado por el azufre. ¿La eternidad? Si cada mil años una hormiga diera una vuelta al mundo, en el momento en que el planeta se partiera en dos por la presión de sus patas, ése sería el primer segundo de la eternidad.
Cuando ante semejante panorama uno se halla sumido en la desesperación, de repente, comienzan a tocar a gloria las campanas. El director abandona la cólera divina y con una sonrisa de leche te asegura que si te arrepientes de tus pecados, entrarás en el cielo rodeado de de ángeles para comer eternamente tortas de miel y mazapán. Este vuelco psicológico es el mismo que usa la policía en los interrogatorios más duros. Se baja al preso a un sótano, se le aplican tormentos durante toda la noche y cuando ya esta hecho un guiñapo, al a salida del sol llega el policía bueno, se enfrenta a los torturadores, pone una mano amigable en el hombro del preso y le ofrece un cigarrillo y un bocadillo de tortilla. El preso rompe a llorar y confiesa todos los crímenes, incluso los que no ha cometido. Este mecanismo también se utiliza en política.
A lo largo de la legislatura, la derecha en la oposición se permite toda clase de insultos y golpes bajos con tal de derribar al gobierno socialista. Cuando su dureza ha llegado al extremo, cerca ya de las elecciones, pone fin a la bronca, se presenta como partido moderado y le votan los centristas. Ignacio de Loyola era un genio.
M. Vicent
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