"Cuando el conejito acudió a una casa de lenocinio y solicitó el servicio de una profesional para satisfacer sus deseos carnales, le comentaron que sólo estaba disponible la boa.
Dada la afición de este reptil por zamparse todo lo que se mueve, el conejito expresó sus recelos. Le convencieron de que una profesional no puede permitirse el lujo de satisfacer sus instintos en horario laboral y que, por tanto, debía dejar sus miedos para otra ocasión. Superada la primera crisis, manifestó sus dudas sobre la compatibilidad del apareamiento ya que, ciertamente, las anatomías de uno y otra, a simple vista, no parecían compatibles.
Recuperó el entusiasmo cuando le explicaron con detalle la especialidad de la boa: el traje de saliva integral.
Nada parecido a lo que habría experimentado hasta entonces.
En su especie, como entre la mayoría de los mamíferos que, precisamente por serlo, conservan afición a las prácticas orales, esas cosas llevan su tiempo porque la diferencia de tamaño entre la lengua y el resto de cuerpo no permite cubrir grandes superficies del tirón.
Este caso era distinto, para disfrutar de las artes de la boa debía dejarse deglutir para ser vomitado unos segundos después con la satisfacción de haber disfrutado de la macrofelatiointegral.
Saldría transformado de su travesía esofágica.
Dudando, pero atrapado por el torbellino del deseo, cedió el conejito a la tentación. La boa se lo zampó, pero no lo regurgitó, lo redujo a excremento.
Así es, don Alberto.
Realmente, no era su intención, pero en cuanto los jugos gástricos comienzan a segregarse, la boa sufre una desconexión neuronal y no se centra.
No puede negociar su esencia.
Si acaso, nos recuerda, y eso no ha cambiado, que el mundo es de los intransigentes."
El conejito y la boa. Diario Público. Gran Wyoming.
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