martes, 21 de junio de 2022

Felicidad impostada



"El cincel que esculpe la belleza es la fealdad, la imperfección. El ser humano solo percibe por contrastes. Por eso huyo de aquellas personas que viven la vida con una inmensa intensidad. No me gustan los circos, ni las sobreactuaciones. La vida es hermosa, no lo dudo, pero es hermosa durante unos instantes, cada cierto tiempo. Es hermosa porque también es fea, como la luz existe porque existe la oscuridad.
(…)
La mal llamada positividad no es más que un eufemismo que cubre las espaldas de términos a los que ahora no queremos llamar por su nombre: impaciencia, narcisismo, inmadurez. “Todo, la felicidad, la plenitud, el placer, tiene que ser ahora y tal y cómo yo las quiero”. Disculpen, pero no. Si quitamos la espera, el sacrificio y la fealdad al logro, el placer y la belleza, la vida no merece ser vivida. Si amamos los viernes es porque hay un lunes. Si veneramos un destino, es porque hemos tardado en llegar a él. Si encontramos un amor de verdad, es porque hemos saboreado y aprendido del desamor. No digo que todo placer exija sufrimiento, solo digo que la única forma de valorar lo sublime, es entender la importancia de lo nefasto.
(…)
La belleza es demasiado excelsa para que ocurra todo el tiempo. La felicidad no es una imposición. Exige honestidad y trabajo. No hay nada más alejado de la alegría que aquel que cree que hay un método para encontrarla. No hay nadie más triste que aquel que no se opone a los caprichos de la existencia. No hay nada más horroroso que aquel que cree que siempre debemos sonreír y aceptar los avatares de la injusticia. Por eso, aléjense de aquellos que quieren convertir la felicidad en un deber. La felicidad es un derecho. Los deberes son el sedimento de las religiones. Los derechos son el preámbulo de una revolución.
(…)
Si niegas el dolor o el sufrimiento o si crees que todos los problemas son una mera cuestión de perspectiva, de solucionar algo que está mal en ti, entonces dudo que tengas la más ligera idea de lo que es realmente la felicidad o la belleza. No eres tan importante para ser siempre el problema. No eres tan especial como para tener siempre la solución. Aceptarlo es una forma maravillosa de entender la realidad y de aprender a amarla. No es conformismo, todo lo contario: es valentía y generosidad. Si todos los seres humanos hubiesen creido que sus problemas eran culpa suya, ahora mismo llevarías la vida de un esclavo del imperio romano.
(…)
La eterna necesidad de compartir tus momentos de felicidad solo revela que la fortaleza de tus sentimientos depende de que sean otros los que los contemplen y aprueben. Qué estúpida perversión. No hay sentimiento más libre y personal que el concepto que tenemos de la dicha. Al compartirla, la ajustamos a parámetros de terceros y acabamos pervirtiéndola. O, por qué no decirlo, extinguiéndola. Porque la felicidad es lo que creemos que es y en el momento que la moldeamos para que otros la contemplen deja de ser felicidad para convertirse en vanidad. Sí, eso es esa gente. Personas que prefieren la vanidad a la felicidad, que someten el único espacio de libertad real que tendrán en su vida al criterio de personas que no conocen. Qué puta tragedia.
(…)
¿Crecimiento personal? No eres una empresa, Dios Santo, eres un ser vivo. No estás aquí para superar a los demás, ni tan siquiera a ti mismo. ¿Quién te dijo que la vida es una cuestión cuantitativa? ¿Qué “debes ser mejor”? ¿Mejor que qué? ¿Qué quién? Tu eres tú. Aprender de tus errores no es crecer, no es subir en un ranking. Es vivir. Eso no te hace especial, eso te hacer ser tú. No hay más. Y es maravilloso, sin necesidad de compararse. Háblale a un enfermo terminal de crecimiento personal y ya verás lo que te dice. (…) La vida no es un trabajo, ni un deporte. No la transformes en un método para darle sentido.
(…)
Los lunes suelen ser una mierda, la vida es un coñazo la mayor parte del tiempo. No me entiendan mal: si quieren engañarse, háganlo, pero no traten de llevar a otros a su terreno. Convivo sin problema con la tristeza y la fealdad y por eso sé que la belleza solo tiene que ver con la verdad. Así que no me llenen el horizonte de toxinas y mentiras. La actitud es importante, pero solo cambia ciertas cosas. (…)
Tengo un mensaje para todos los optimistas e intensos del mundo: disfruten de su trola, pero déjennos en paz, son ustedes las personas más tristes del mundo".
 
Frederik Peeters

jueves, 26 de mayo de 2022

Los desOKUPAS y VOX

He leído en Facebook que existe una empresa en Alicante que promete desahucios en pocas horas. En el perfil de la red social aparecen cuatro armarios empotrados con pinta de porteros de discoteca o matones de barrio puestos hasta las cejas de anabolizantes que dicen prestan "Servicios jurídicos". 

Lo realmente repugnante de esta gente es comprobar cómo se autopublicitan en páginas y grupos de Facebook mientras la gente les aplaude con las orejas y los llama "ángeles caídos del cielo". 
En serio: Qué le pasa a la gente? 
Este artículo creo que explica bien qué hay detrás de esta campaña de desinformación/manipulación y cómo se están lucrando algunos desalmados aprovechando el miedo, la confusión y la incertidumbre de los tiempos en los que vivimos. 
Y por supuesto, detrás de toda esta montaña de mentiras y mierda, está VOX. 

"En ningún caso voy a justificar la ocupación de un bien material esencial como es la vivienda o de cualquier otra forma de propiedad privada. Y me voy a reservar mi opinión personal sobre el movimiento social que propugna la ocupación de viviendas o locales deshabitados permanentemente, por activistas, con el fin de utilizarlos como vivienda, tierras de cultivo, lugares de ocio o reunión con fines sociales y culturales, cuyo principal motivo es denunciar y al mismo tiempo responder a las dificultades económicas que existen, para hacer efectivo el derecho a la vivienda en detrimento o a costa del derecho a la propiedad privada.

Campaña de VOX

Mi único propósito es denunciar y desmontar con argumentos el discurso propagandístico del miedo, la violencia y el terror que los autores de esta campaña, el partido ultraderechista VOX, hacen de forma demagógica, populista, mezquina, rastrera y miserable, engañando a la gente para que les vote.

En la actualidad en España hay más de 3’5 millones de viviendas vacías, entendiéndose por vacía que no se utiliza ni de forma esporádica por nadie, el 15% del total del parque nacional. Se calcula que hay 80.000 viviendas ocupadas de forma ilegal. De las cuales las que son viviendas habituales o en alquiler y son ocupadas, como a las que parece que se refiere la vaya publicitaria, constituyen muy pocos casos contados que en seguida saltan a los medios de comunicación por lo injusto de la situación de desprotección que generan, haciendo de lo meramente anecdótico, intencionadamente, una norma general, de los casos aislados, lo universal.

La Ley de desahucio exprés que actualmente está en vigor en España permite agilizar el proceso, según la urgencia y gravedad del caso, por el que los propietarios de una vivienda en el caso de ocupación de la misma, puedan recuperarla. La ley ya garantiza el lanzamiento del desalojo e inmediata recuperación de la plena posesión de la vivienda ocupada por parte del dueño o usufructuarios, agiliza el proceso de recuperación de la vivienda presentando una demanda civil de desahucio para que en el plazo máximo de un mes pueda recuperar su vivienda.

Nunca el uso de la fuerza bruta fue la mejor vía para proteger una vivienda ni para conseguir absolutamente nada, al contrario. Lo que sí debemos exigir a las diferentes administraciones implicadas es que se cumpla la ley y en el menor plazo posible.

Yo no sé lo que pensareis vosotros pero yo creo que responde mucho más al interés general de la mayoría social, que además de una Ley de desalojo exprés que nos proteja de la ocupación ilegal, el Gobierno concentre sus esfuerzos y haga uso de todos los medios que dispone a su alcance para que se cumplan los siguientes artículos de la Constitución Española que garantizan derechos y deberes fundamentales:

Artículo 35

Todos los españoles tienen derecho al trabajo, a la libre elección de profesión u oficio, a la promoción a través del trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia sin que en ningún caso pueda hacerse discriminación en razón de su sexo.

Constitución Española

Artículo 47

Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación.

Constitución Española

Yo no sé lo que pensareis vosotros pero yo exijo que en un Estado de derecho democrático, moderno, avanzado y progresista se invierta más en educación y en formación de valores y principios democráticos.

Yo no sé lo que pensareis vosotros pero yo quiero que mi Gobierno se esfuerce por ofrecer desalojos con alternativa habitacional que garantice un realojo en condiciones dignas para el ser humano.

Yo no sé lo que pensareis vosotros pero yo prefiero un Gobierno valiente que se atreva a regular el precio de los alquileres aunque eso en este país suponga, por desgracia, enfrentarse con los poderes económicos.

Yo como feminista y activista LGTBI, pero sobre todo como persona hipersensible en general que ha desarrollado una gran empatía, sobre todo con las desgracias, las injusticias, las opresiones y las desigualdades, me pongo en el lugar de una persona a la que le ocuparan su casa y el sentimiento de desprotección, inseguridad, indefensión y frustración es tremendo. Aún así no necesito que estos primates de VOX ejerzan la violencia por mi, para protegernos y hacer cumplir la ley ya están los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, ni que doten a todos los españoles de armas y un permiso de armas para que nos tomemos la justicia por nuestra mano y la ejerzamos nosotros por nuestra cuenta en una especie de selva donde impere la ley del más fuerte. Sabemos que la violencia solo genera más violencia y siempre va en la misma dirección, contra los más desfavorecidos.

A mi no me engañan porque conozco sus técnicas y estrategias:

Practican la apropiación de sentimientos o simbologías con una fuerte carga afectiva como el sentimiento patrio o de pertenencia al grupo hegemónico mayoritario, o como la bandera.

La simplificación de adoptar una idea reduciendo al máximo sus elementos e individualizar al adversario en una sola categoría, en un enemigo único.

La trasposición, cargar al adversario los propios defectos y carencias, el «y tú más» sin mayor aportación. Inventar noticias para controlar la agenda mediática y distraer a las masas de su verdadero propósito. Y sino plantearos por qué se habla tanto de okupación y no de desahucios, cuando por cada casa ocupada hay 90 desahucios. Nos manipulan.

La exageración y desfiguración, convertir algo anecdótico en una amenaza muy grave, sembrando de esta manera el miedo con la propaganda del odio y del terror.

La vulgarización, adaptando el nivel de la propaganda al menos inteligente de los individuos de la masa a la que va dirigida para que el esfuerzo mental a realizar sea el menor posible y de esta forma inocular el mensaje de forma rápida e indolora.

La orquestación o repetición de una idea muy simple que no de lugar a fisuras ni dudas ni mayor desarrollo, globos sonda con informaciones fragmentarias para que dificulte más contrastarlas y verificarlas que asumirla directamente y sin esfuerzo alguno.

Su máxima es: «Si una mentira se repite suficientemente acaba por convertirse en verdad» o » difunde y calumnia, que algo queda».

La silenciación u ocultación de los problemas y violencias que generarían sus propuestas. Contraprogramando con la ayuda de sus medios de comunicación afines. En el caso de la ocupación de viviendas llevan preparando el terreno y creando alarma social como si fuera un problema habitual.

La transfusión, la propaganda opera a partir de un sustrato preexistente ya sea una mitología nacional (muy arraigado el sentimiento de adquisición de vivienda en propiedad), un complejo de odios o prejuicios tradicionales, racismo, xenofobia, rechazo de ciertas minorías étnicas, etc. Se trata de difundir mensajes que ahonden en actitudes primarias o primitivas como son los sentimientos de arraigo, tranquilidad, estabilidad o seguridad que da el derecho a la propiedad privada en este caso la posesión de una vivienda.

La unanimidad, la sensación de que el mensaje cala en mucha gente, de que convence fácilmente, de que se piensa como todo el mundo, del sentimiento de seguridad y pertenencia al grupo, creando una impresión de unanimidad, y en el caso contrario de no pertenencia al grupo, de desarraigo, de desamparo, de destierro, de exilio, de desviación de la norma y de exclusión social.

Os han colado la bandera de España en la mascarilla como arma de intimidación y enfrentamiento contra los que no pensamos como ellos porque no somos supremacistas, racistas y fascistas, pero a mi esta gentuza antidemocrática, autoritaria, intolerante, violenta y ultraderechista no me engaña, conozco muy bien lo que se esconde detrás de sus proclamas panfletarias, de sus eslóganes simplistas, viscerales y miopes amparados en sentimientos patrióticos primarios de pertenencia al grupo.

Son un fraude y un peligro social".

Artículo: Okupas/ José Manuel Sevilla Lizón

lunes, 21 de febrero de 2022

La corrupción y el servilismo español



La masiva utilización de la corrupción como arma de destrucción a la derecha y su conversión en reality vía mass-media, la ha transformado en un mero juego, es la gamificación de la inmoralidad. Este fin de semana, millones de personas se han quedado pegadas al televisor y han comido palomitas o pizza mientras observaban como dos bandos de trepas se tiraban su carnaza podrida a la cara. Todólogos decadentes de ultraderecha e izquierdas alimentaban el fuego con alcohol de quemar, que la gasolina argumental, que el análisis profundo, está carísimo, oiga.
Nunca había visto algo tan tremendo como salir a la calle a montar una manifestación a favor del robo vía comisiones. ¿Era una manifestación del PP contra el PP, como decía Rafael Hernando? No. Era muchísimo más que eso. Era la performance de los Santos Inocentes más grande de la historia de la democracia de este país. Pijos del Barrio de Salamanca mezclados con obreros. La vergüenza transversal. La alquimia del delirio: rabia de sirviente mezclada con orgullo de señorito, aderezada con consignas de una puerilidad abochornante. Ira genérica, teóricamente focalizada hacia los que dirigen el partido, pero realmente gritada a todo el mundo, a todos los que se han atrevido a ofenderse por no entender que "59.000" euros no pueden interponerse en el camino de la salvación frente al comunismo filoetarra de Fededico y Carlitos.


Intentaba razonar un periodista con los manifestantes con argumentos de peso. Al sentirse arrinconado, el homo españolis te lleva siempre a la misma trampa argumental: “Todos los políticos son iguales” pero siempre voto a los míos. Ese es el leitmotiv esencial. Y eso nos lleva a que el derechista medio compare el pago en B a una asistenta con los 23000 millones de Bankia.


No, ahora no pueden venir los madres mías. Recogemos lo que sembramos. Y no, esto no es trumpismo, como decía ayer en Twitter, Anita, la reina de la Sexta. Esto es franquismo sociológico, Milana Bonita, esclavos agradecidos, personas que creen fielmente que es mejor un ladrón que un comunista, aunque no sepan ni por asomo, lo que es el comunismo.


Se perdonó una dictadura fraticida. Se escupió y se escupe en la cara de los descendientes de las cunetas. ¿Acaso creéis que esta gente no va a perdonar la corrupción?


Cuando un país olvida, se acostumbra a hacerlo para siempre. La desmemoria a corto plazo ha sustituido a la envidia como deporte nacional. La Gurtel suena decimonónica, la cara de Rato o de Bárcenas comienza a diluirse del imaginario social, M. Rajoy ya pasó a la historia.


El pasado dura cada vez menos. La gente solo quiere disfrutar de su miedo para poder convertirlo en odio, aunque no entienda nada, aunque lo único que sepa es que los suyos tienen que ganar. Que roben, pero que solo roben los míos. Coge mi cartera si quieres, pero por favor, Isabel, sálvanos de la izquierda, de esa España que nunca se ha atrevido a cambiar nada. Que sigan igual de acomplejados que siempre. Que tengan que seguir pidiendo disculpas por ser lo que son, hasta que dejen por fin de serlo. Que todo siga igual. Que nada ni nadie nos quite el derecho a ser lo que llevamos ochenta años siendo.
Una panda de sociópatas.
Españolitos de bien.
Qué puto asco de país, joder.

 

Dani Méndez

sábado, 4 de diciembre de 2021

El ansiado estallido social



Lo habrá, tarde o temprano lo habrá. Habrá un estallido social. El mundo que prometía un bienestar sostenido está roto. Los políticos no lo ven, o no lo saben o quizá sea que han llegado a ese estado de ceguera, necedad y estupidez que les impide salir de su discurso hueco, repetido y refractario. Es el bloqueo del poder partitocrático tal como lo conocemos. E intuyo que lo que se prepara es el control del estallido.

Como ciudadano pensante podría hacer un análisis negativo, incluso muy negativo, y no dejaría de ser realista. Pero se impone partir de una esperanza: la sociedad europea, sobre todo la del sur o medio-sur, sigue viva, avanza, crece, palpita, mira hacia el horizonte y no se resiste. Lucha. Esto también es real.

Ahora lo que recorre Europa es una luz. No una de esas luces de final del túnel, sino una luz pequeña, una ligera claridad, una luz de linterna que alumbra, por fin, el interior de lo que pasa. Lo primero que ilumina esa luz es que Europa tiene un problema político que no ha sabido resolver todavía. Y a esto se añade otro aspecto, trágico: los serios problemas de ciertos estratos de su población, tales como los mayores, los jóvenes, los inmigrantes, los parados, etcétera, pendientes cada uno de su inhóspito y tambaleante futuro. Y esto conduce a nuestro mayor problema: somos más viejos, somos más pobres, pero los ricos son más ricos. Hay, pues, un brote agresivo de injusticia y desigualdad.

Aunque surgen recelos por todas partes, y más con el maquillaje del Premio Nobel de la Paz a la UE (seguro que en Bosnia aún se ríen de esta broma de mal gusto), hay que reconocer que existe un camino que la sociedad europea en su conjunto ha recorrido modélicamente, un camino común hacia una identidad común, un bienestar común y una cultura diversificadamente común; un camino que no han recorrido por igual los políticos. Porque ahora hay un abismo entre la sociedad europea y sus políticos.

La clase política es el gran problema que impide modificar la realidad en Europa

Es más, asumamos de una vez, con decisión, que la clase política es el gran problema que impide modificar la realidad en Europa. ¿Por qué? Porque los políticos no han contribuido a eliminar los prejuicios de unos sobre otros, sino que los han aumentado; y tampoco han articulado los mecanismos reales contra la injusticia, para lo cual, básicamente, estaban elegidos. Han entregado a los ciudadanos a los bancos, a las instituciones financieras, a los principios inmorales de un capitalismo sin control. Y esto todos: los políticos de derecha y los políticos de izquierda. Porque, en este sentido, en la Europa en crisis, derecha e izquierda han terminado por ser parodias recíprocas. O, lo que es peor, cómplices de una vieja dramaturgia, la de su propia supervivencia.

Y al no haber una política económica verdaderamente común (salvo la malhadada monetaria), se han evidenciado, en cada país, las miserias de esos mismos políticos: la corrupción, la ineptitud, la mala gestión, la incapacidad práctica e intelectual y el error sistemático. Esto ha llevado a cuestionar, y más que nunca y con más razones que nunca, su papel delegado de representatividad.

¿Cuáles son los verdaderos males que aquejan a Europa? A mi modo de ver, son los siguientes: 

 

1. La fractura del equilibrio económico sostenible, que requiere actualmente redimensionarse. 

2. Las diferencias entre Estados, aumentadas por la quiebra entre el Norte y el Sur. 

3. La corrupción (tanto en el Norte como en el Sur) tan capilarmente extendida. 

4. La política estandarizada y necia. 

5. La codicia financiera, estimulada por una banca abusiva en extremo. 

6. La falta de futuro nítido. 

7. El vertiginoso incremento del paro y el desempleo, que ha de verse en términos no ya económicos sino de población. 

Y 8. El desvío o traspaso de responsabilidades y cargas a las capas más débiles o clases medias de la sociedad (ciudadanos, profesionales, trabajadores, parados) y no a la banca, ni a los grandes empresarios ni a la clase política, con el consiguiente aumento de la injusticia social generalizada.

Es decir, es imperativo asumir sin eufemismos si existe o no una respuesta a la cuestión capital de la redistribución de la riqueza y del sistema productivo y de consumo. Si la respuesta es inequitativa, toda revolución debería ser inminente. Si es equitativa, ha de formularse una eficaz respuesta política de carácter legislativo. Estamos lejos de esto. Porque esto lleva a pensar (y a propugnar) que es necesaria otra forma de vida, que partiría de esta sencilla pregunta que nadie se hace: ¿por qué las cosas valen lo que algunos dicen que valen y por qué no valen menos? Es decir, ¿por qué prima la ganancia y el beneficio por encima de la vida misma?

Se ve venir una crisis de la democracia, tal como la hemos concebido hasta ahora, y es una crisis sistémica. La representatividad y el modo de acceso a ella, sobre todo en algunos países, está cuestionada, y con razón. Es, por tanto, una crisis política. Una crisis en la que otra vez sobrevuela por Europa el fantasma de la intolerancia, del radicalismo nacionalista (de izquierda y de derecha), y otra vez se silencian las voces que, mayoritariamente, se declaran no sectarias, aplicándoles la categoría de “alternativas”, como estigma de lo que no es una opción viable. ¡Y ya lo creo que lo es!

Es urgente preguntarse si hay un futuro real para Europa. Y la respuesta siempre sería positiva, obviamente: hay, sin duda alguna, un futuro porque la gente existe, la gente vive. Sin embargo, no es tan fácil. Hay tres escenarios de futuro: uno deseable, otro indeseable y otro lamentable.

Se ve venir una crisis de la democracia, tal como la hemos concebido, y es una crisis sistémica

El futuro deseable pasa por una total unión política, la creación de unos Estados Unidos de Europa reales. Eso permitiría conseguir una globalidad y una corresponsabilidad económica y social, con la creación de un plan de crecimiento y racionalización de recursos, producción y consumo; y no una política de austeridad que suponga la exclusión y la tortura social. En este sentido, faltan nuevas ideas y nuevos nombres que las procuren.

El futuro indeseable es aquel que conlleve ruptura de tratados que garantizan grandes márgenes de libertad, el avance de posturas muy radicales (ya las hay en Grecia, Finlandia, Hungría, Holanda, Francia…), la negatividad de la multiculturalidad, es decir, su fracaso, y, sobre todo, la desvinculación de la sociedad de los millones de parados, jóvenes en especial, dando por sentada una sobrecogedora falta de solidaridad.

Pero hay un futuro lamentable que me temo más cercano; un futuro probable y resultadista. Será el de una Europa sin influencia estratégica mundial, con grandes carencias en las conquistas sociales, con un adelgazamiento brutal de la garantía igualitaria que ofrece “lo público”. Será una Europa en la que cualquier mejoría se anunciará para plazos cada vez más lejanos, bajo la amenaza de que “lo peor aún está por llegar”, causando desaliento. Será una Europa dividida en dos, la que funciona y la que no. Y habrá países de esa Europa fractal en los que invertir será un chollo: ya se podrá comprar a centavo el dólar, ya se podrá comprar un país (y lo que contiene) muy barato, aceptando gustosos una inversión en industrias que exigirán unas condiciones laborales muy desprotegidas, con sueldos muy bajos. Que la sociedad vuelva a escalar clases sociales, desde posiciones muy bajas también.

Nos están preparando para esto, para aceptar sin violencia estas duras condiciones, y para que nos parezcan una necesidad inevitable. No de otro modo se entiende la gran presión que sufren las clases medias, una auténtica incertidumbre social, y la brutal represión de todas las manifestaciones de protesta con el fin de atemorizar. Es decir, se está controlando el estallido, se está modulando su impacto y su alcance.

Ante todo esto, desolador sin duda, creo que la única esperanza, la única vía de salida, radica en ir en dirección contraria a la que vamos. Eso lo saben los políticos. Y si no lo saben, que dejen de ser políticos, porque solo serán imbéciles.

Adolfo García Ortega

viernes, 3 de diciembre de 2021

La gran desmemoria

Este puente, la Constitución cumple 43 años y huelga recordar ciertas cosas que muchos de los que presidirán sus actos de conmemoración oficiales han olvidado o no quieren que recordemos.
Para empezar, que el Rey fue la primera persona de este país que propuso pasarse por la trenca la Carta Magna. Sí, amigos. El Rey. Él fue el que pulsó el primer botón que pudo acabar en tragedia.

En "La gran desmemoria", una maravillosa obra de Pilar Urbano sobre los comienzos de la Transición, cuenta Manuel Prado y Colón de Carvajal, el mejor amigo del Rey, que meses antes del 23F asistió a una cena a solas con el Rey en el Palacio de la Zarzuela. En dicha velada, el Rey pulsó la opinión del aristócrata sobre un posible gobierno de concentración con un militar al mando (General Armada) para largar a Suárez, sin moción de censura mediante y pasándose por el Arco del Triunfo la recién aprobada Constitución. La cena entre los dos amigos acaba convirtiéndose en una encendida discusión en el que un aristócrata de derechas trata de hacer ver al Rey el drama que supone romper la Constitución, la autoridad del Parlamento y en suma,  la democracia, para echar a un presidente legítimo que pasó, en 18 meses, de amigo íntimo a innombrable en Zarzuela.
Pero no solo fue el Rey  saltarse la Constitución. También lo intentó González, que mandó a Múgica a reunirse con el General Armada, íntimo del Rey y posteriormente condenado por el 23F. Como resultado de esa reunión se generó el llamado Informe Múgica, que meses antes del juicio a Tejero desapareció misteriosamente de la sede del PSOE.
También Fraga desde Alianza Popular apoyó esa vía, con algunos matices.
Y Tarradellas y el PNV fueron convencidos sin problemas por Alfonso Guerra para apoyar ese gobierno de concentración.
La prensa, desde El País a El Alcazar, ayudó sustancialmente a crear un ruido de sables constante que generó en toda España la idea de que el golpe de Estado que tumbaría a Suárez era solo cuestión de meses o semanas. Luis Maria Ansón, presidente de la agencia EFE y amigo íntimo del General Armada, fue pieza clave en la creación de este ambiente irrespirable.
Madrid se convirtió en un gran centro de conspiración donde, desde militares de ultraderecha a comunistas y socialistas, proponían ideas para largar a un Suárez abandonado por su propia UCD que, por supuesto, también inventaba salidas ilegales de la mano del PSOE.
Los servicios secretos de la CIA, impulsados por Kissinger, apoyaron también el escenario de un golpe, también lo hizo la Iglesia y para terminar, la propia ETA solo se planteaba un escenario de negociación con un militar al mando del país.
A finales de 1980 solo tres políticos con poder se posicionaron en la defensa de la Constitución: Adolfo Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo. Curiosamente las tres únicas personas que se negaron a tirarse al suelo cuando Tejero entró al Parlamento pegando tiros a los techos del Hemiciclo.
El por aquel entonces ministro de Defensa y presidente de la UCD, Agustín Rodríguez Sahagún contaba en sus memorias que durante los primeros minutos del golpe puedo escuchar a Alfonso Guerra decir a Felipe González, en repetidas ocasiones, "Felipe, ¿qué hemos hecho?". Algo que perfectamente podían preguntarse casi todos  los diputados que asistían aquel 23F al Parlamento.
Los restantes 347 diputados aguantaron toda la fase inicial del asalto al Congreso escondidos bajo sus sillas. No me corresponde a mí juzgar la actitud de los diputados, porque probablemente yo habría hecho lo mismo, pero si se analiza el momento, Suárez era el motivo principal del golpe, el chivo expiatorio, Gutiérrez Mellado era, sin duda, el personaje más odiado en las filas del ejército y la Guardia Civil por su apoyo sin fisuras a las políticas aperturistas de Suárez, traidor máximo por haber ayudado a perpetrar la legalización del PCE y Carrillo era el máximo representante de la Otra España en esa primera legislatura de la democracia, el “asesino de Paracuellos”.
Los 3 hombres con más papeletas para ser asesinados, los únicos 3 hombres que no conspiraron o fomentaron el golpe de Estado, fueron los únicos que demostraron el sentido de Estado más valiente que se ha ejercido jamás en este país. Nunca simpaticé con Suárez, un arribista oportunista que se arrepintió, en la fase final de su carrera política, de todo aquello que le llevó al poder. Gutiérrez Mellado fue un golpista en el 39. Carrillo vendió el alma de la izquierda por 23 escaños. Tres hombres políticamente derrotados, representantes de las dos Españas, un exfalangista oportunista travestido a socialdemócrata, un militar casi jubilado que defendió el golpe de Estado del 39 matando republicanos con una metralleta y un eurocomunista desclasado y derrotado, haciendo frente a aquellos que querían volver a sumir a España en la oscuridad.
En una entrevista a la SER con motivo del aniversario del 23F, Anguita, que siempre fue muy crítico con la trayectoria política de Suárez, dijo que “tres personas acabadas políticamente, con un pasado de espanto y dolor, antagónicas, protagonizaron el único momento digno de toda la Transición mientras el resto del poder, escondido en los suelos de los escaños, en Zarzuela y en los despachos de las plantas de los periódicos. empezaban a darse cuenta que habían olvidado, demasiado rápido, 40 años de franquismo".
Suárez escribió en sus memorias con inusitada rabia que "el año previo al 23F, con la tinta aún de la Constitución sin secar, Madrid no era más que un nido de ratas conspiradoras".
El 23F acabó travistiéndose en un ejercicio mediático de salvación que elevó a su principal culpable, Juan Carlos, a los más vergonzosos altares, cuando voces autorizadas (Cercas, Urbano, Preston, Gibson), y amigos íntimos del Rey defienden que este fue pieza esencial en el golpe de Estado, cuando no motor impulsor.
Hace poco más de un año, se produjo una noticia vergonzosa que pasó completamente desapercibida. El Parlamento, con mayoría de "izquierdas" volvía a bloquear la reforma de una de las pocas leyes franquistas que aún siguen vigentes(sí, amigos, aún hay leyes franquistas vigentes) para desclasificar los documentos, ahora mismo secretos, que nos permitirían arrojar luz sobre el 23F.
Sumen uno más uno.
En 2008, Juan Carlos acudió a ofrecer el Toisón de Oro a la residencia de un Suárez aquejado ya de un Alzheimer avanzado. Pilar Urbano fue una de las pocas periodistas que asistió a un acto íntimo en casa de un hombre apagado y perdido, que intercalaba momentos de lucidez con una desorientación absoluta. Urbano pudo escuchar una conversación mientras los dos caminaban por el jardín:
-Ay Juan Carlos, en este país la gente olvida más rápido que yo, con esta puta enfermedad.
-Pero hombre, Adolfo, si estás estupendo...
-Hay cosas de las que me gustaría hablar, cosas que bueno...tu ya sabes. Hacer unas memorias en condiciones. Mi marcha...quiero explicar lo que pasó realmente, pero mi memoria...
-Esas cosas es mejor dejarlas donde están, Adolfo. Preocúpate de descansar y deja el pasado en paz.
Suárez calló y el Rey cambió rápidamente el tema de conversación hacia el fútbol. Ese fue el último acto oficial de Suárez. Meses después el Alzheimer se agravó y lo postró en casa hasta su muerte en 2014.

Dani Méndez

viernes, 17 de abril de 2020

El Neoliberalismo es el mal

Imaginen que los ciudadanos de la Unión Soviética no hubieran oído hablar del comunismo. Pues bien, la mayoría de la población desconoce el nombre de la ideología que domina nuestras vidas. Si la mencionan en una conversación, se ganarán un encogimiento de hombros; y, aunque su interlocutor haya oído el término con anterioridad, tendrá problemas para definirlo. ¿Saben qué es el neoliberalismo?

Su anonimato es causa y efecto de su poder. Ha sido protagonista en crisis de lo más variadas: el colapso financiero de los años 2007 y 2008, la externalización de dinero y poder a los paraísos fiscales (los "papeles de Panamá" son solo la punta del iceberg), la lenta destrucción de la educación y la sanidad públicas, el resurgimiento de la pobreza infantil, la epidemia de soledad, el colapso de los ecosistemas y hasta el ascenso de Donald Trump. Sin embargo, esas crisis nos parecen elementos aislados, que no guardan relación. No somos conscientes de que todas ellas son producto directo o indirecto del mismo factor: una filosofía que tiene un nombre; o, más bien, que lo tenía. ¿Y qué da más poder que actuar de incógnito?

El neoliberalismo es tan ubicuo que ni siquiera lo reconocemos como ideología. Aparentemente, hemos asumido el ideal de su fe milenaria como si fuera una fuerza natural; una especie de ley biológica, como la teoría de la evolución de Darwin. Pero nació con la intención deliberada de remodelar la vida humana y cambiar el centro del poder.

Para el neoliberalismo, la competencia es la característica fundamental de las relaciones sociales. Afirma que "el mercado" produce beneficios que no se podrían conseguir mediante la planificación, y convierte a los ciudadanos en consumidores cuyas opciones democráticas se reducen como mucho a comprar y vender, proceso que supuestamente premia el mérito y castiga la ineficacia. Todo lo que limite la competencia es, desde su punto de vista, contrario a la libertad. Hay que bajar los impuestos, reducir los controles y privatizar los servicios públicos. Las organizaciones obreras y la negociación colectiva no son más que distorsiones del mercado que dificultan la creación de una jerarquía natural de triunfadores y perdedores. La desigualdad es una virtud: una recompensa al esfuerzo y un generador de riqueza que beneficia a todos. La pretensión de crear una sociedad más equitativa es contraproducente y moralmente corrosiva. El mercado se asegura de que todos reciban lo que merecen.

Asumimos y reproducimos su credo. Los ricos se convencen de que son ricos por méritos propios, sin que sus privilegios (educativos, patrimoniales, de clase) hayan tenido nada que ver. Los pobres se culpan de su fracaso, aunque no puedan hacer gran cosa por cambiar las circunstancias que determinan su existencia. ¿Desempleo estructural? Si usted no tiene empleo, es porque carece de iniciativa. ¿Viviendas de precios desorbitados? Si su cuenta está en números rojos, es por su incompetencia y falta de previsión. ¿Qué es eso de que el colegio de sus hijos ya no tiene instalaciones de educación física? Si engordan, es culpa suya. En un mundo gobernado por la competencia, los que caen pasan a ser perdedores ante la sociedad y ante sí mismos.

La epidemia de autolesiones, desórdenes alimentarios, depresión, incomunicación, ansiedad y fobia social es una de las consecuencias de ese proceso, que Paul Verhaeghe documenta en su libro What About Me?. No es sorprendente que Gran Bretaña, el país donde la ideología neoliberal se ha aplicado con más rigor, sea la capital europea de la soledad. Ahora, todos somos neoliberales.

En Camino de servidumbre (1944), Hayek afirma que la planificación estatal aplasta el individualismo y conduce inevitablemente al totalitarismo. Su libro, que tuvo tanto éxito como La burocracia de Mises, llegó a ojos de determinados ricos que vieron en su ideología una oportunidad de librarse de los impuestos y las regulaciones. En 1947, cuando Hayek fundó la primera organización encargada de extender su doctrina (la Mont Perelin Society), obtuvo apoyo económico de muchos millonarios y de sus fundaciones.

Gracias a ellos, Hayek empezó a crear lo que Daniel Stedman Jones describe en Amos del universo como "una especie de Internacional Neoliberal", una red interatlántica de académicos, empresarios, periodistas y activistas. Además, sus ricos promotores financiaron una serie de comités de expertos cuya labor consistía en perfeccionar y promover el credo; entre ellas, el American Enterprise Institute, la Heritage Foundation, el Cato Institute, el Institute of Economic Affairs, el Centre for Policy Studies y el Adam Smith Institute. También financiaron departamentos y puestos académicos en muchas universidades, sobre todo de Chicago y Virginia.

Cuanto más crecía el neoliberalismo, más estridente era. La idea de Hayek de que los Gobiernos debían regular la competencia para impedir monopolios dio paso entre sus apóstoles estadounidenses −como Milton Friedman− a la idea de que los monopolios venían a ser un premio a la eficacia. Pero aquella evolución tuvo otra consecuencia: que el movimiento perdió el nombre. En 1951, Friedman se definía neoliberal sin tapujo alguno. Poco después, el término empezó a desaparecer. Y por si eso no fuera suficientemente extraño en una ideología cada vez más tajante y en un movimiento cada vez más coherente, no buscaron sustituto para el nombre perdido.

A pesar de su dadivosa financiación, el neoliberalismo permaneció al principio en la sombra. El consenso de posguerra era prácticamente universal: las recetas económicas de John Maynard Keynes se aplicaban en muchos lugares del planeta; el pleno empleo y la reducción de la pobreza eran objetivos comunes de los Estados Unidos y de casi toda Europa occidental; los impuestos al capital eran altos y los Gobiernos no se avergonzaban de buscar objetivos sociales mediante servicios públicos nuevos y nuevas redes de apoyo.

Pero, en la década de 1970, cuando la crisis económica sacudió las dos orillas del Atlántico y el keynesianismo se empezó a derrumbar, los principios neoliberales se empezaron a abrir paso en la cultura dominante. En palabras de Friedman, "se necesitaba un cambio (...) y ya había una alternativa preparada". Con ayuda de periodistas y consejeros políticos adeptos a la causa, consiguieron que los Gobiernos de Jimmy Carter y Jim Callaghan aplicaran elementos del neoliberalismo (sobre todo en materia de política monetaria) en los Estados Unidos y Gran Bretaña, respectivamente.

El resto del paquete llegó enseguida, tras los triunfos electorales de Margaret Thatcher y Ronald Reagan: reducciones masivas de los impuestos de los ricos, destrucción del sindicalismo, desregulación, privatización y tercerización y subcontratación de los servicios públicos. La doctrina neoliberal se impuso en casi todo el mundo −y, frecuentemente, sin consenso democrático de ninguna clase− a través del FMI, el Banco Mundial, el Tratado de Maastricht y la Organización Mundial del Comercio. Hasta partidos que habían pertenecido a la izquierda adoptaron sus principios; por ejemplo, el Laborista y el Demócrata. Como afirma Stedman Jones, "cuesta encontrar otra utopía que se haya hecho realidad de un modo tan absoluto".

Puede parecer extraño que un credo que prometía libertad y capacidad de decisión se promoviera con este lema: "No hay alternativa". Pero, como dijo Hayek durante una visita al Chile de Pinochet (uno de los primeros países que aplicaron el programa de forma exhaustiva), "me siento más cerca de una dictadura neoliberal que de un gobierno democrático sin liberalismo".

La libertad de los neoliberales, que suena tan bien cuando se expresa en términos generales, es libertad para el pez grande, no para el pequeño. Liberarse de los sindicatos y la negociación colectiva significa libertad para reducir los salarios. Liberarse de las regulaciones estatales significa libertad para contaminar los ríos, poner en peligro a los trabajadores, imponer tipos de interés inicuos y diseñar exóticos instrumentos financieros. Liberarse de los impuestos significa liberarse de las políticas redistributivas que sacan a la gente de la pobreza.

La afirmación de que la competencia universal depende de un proceso de cuantificación y comparación universales es otra de las paradojas del neoliberalismo. Provoca que los trabajadores, las personas que buscan empleo y los propios servicios públicos se vean sometidos a un régimen opresivo de evaluación y seguimiento, pensado para identificar a los triunfadores y castigar a los perdedores. Según Von Mises, su doctrina nos iba a liberar de la pesadilla burocrática de la planificación central; y, en lugar de liberarnos de una pesadilla, creó otra.En La doctrina del shock, Naomi Klein demuestra que los teóricos neoliberales propugnan el uso de las crisis para imponer políticas impopulares, aprovechando el desconcierto de la gente; por ejemplo, tras el golpe de Pinochet, la guerra de Irak y el huracán Katrina, que Friedman describió como "una oportunidad para reformar radicalmente el sistema educativo" de Nueva Orleans. Cuando no pueden imponer sus principios en un país, los imponen a través de tratados de carácter internacional que incluyen "instrumentos de arbitraje entre inversores y Estados", es decir, tribunales externos donde las corporaciones pueden presionar para que se eliminen las protecciones sociales y medioambientales. Cada vez que un Parlamento vota a favor de congelar el precio de la luz, de impedir que las farmacéuticas estafen al Estado, de proteger acuíferos en peligro por culpa de explotaciones mineras o de restringir la venta de tabaco, las corporaciones lo denuncian y, con frecuencia, ganan. Así, la democracia queda reducida a teatro.

Los padres del neoliberalismo no lo concibieron como chanchullo de unos pocos, pero se convirtió rápidamente en eso. El crecimiento económico de la era neoliberal (desde 1980 en GB y EEUU) es notablemente más bajo que el de las décadas anteriores; salvo en lo tocante a los más ricos. Las desigualdades de riqueza e ingresos, que se habían reducido a lo largo de 60 años, se dispararon gracias a la demolición del sindicalismo, las reducciones de impuestos, el aumento de los precios de vivienda y alquiler, las privatizaciones y las desregularizaciones.

La privatización total o parcial de los servicios públicos de energía, agua, trenes, salud, educación, carreteras y prisiones permitió que las grandes empresas establecieran peajes en recursos básicos y cobraran rentas por su uso a los ciudadanos o a los Gobiernos. El término renta también se refiere a los ingresos que no son fruto del trabajo. Cuando alguien paga un precio exagerado por un billete de tren, sólo una parte de dicho precio se destina a compensar a los operadores por el dinero gastado en combustible, salarios y materiales, entre otras partidas; el resto es la constatación de que las corporaciones tienen a los ciudadanos contra la pared.

Los dueños y directivos de los servicios públicos privatizados o semiprivatizados de Gran Bretaña ganan fortunas gigantescas mediante el procedimiento de invertir poco y cobrar mucho. En Rusia y la India, los oligarcas adquieren bienes estatales en liquidaciones por incendios. En México, Carlos Slim obtuvo el control de casi toda la red de telefonía fija y móvil y se convirtió en el hombre más rico del mundo.

Andrew Sayer afirma en Why We Can't Afford the Rich que la financiarización ha tenido consecuencias parecidas: "Como sucede con la renta, los intereses son (...) un ingreso acumulativo que no exige de esfuerzo alguno". Cuanto más se empobrecen los pobres y más se enriquecen los ricos, más control tienen los segundos sobre otro bien crucial: el dinero. Los intereses son, sobre todo, una transferencia de dinero de los pobres a los ricos. Los precios de las propiedades y la negativa de los Estados a ofrecer financiación condenan a la gente a cargarse de deudas (piensen en lo que pasó en Gran Bretaña cuando se cambiaron las becas escolares por créditos escolares), y los bancos y sus ejecutivos hacen el agosto.

Sayer sostiene que las cuatro últimas décadas se han caracterizado por una transferencia de riqueza que no es sólo de pobres a ricos, sino también de unos ricos a otros: de los que ganan dinero produciendo bienes o servicios a los que ganan dinero controlando los activos existentes y recogiendo beneficios de renta, intereses o capital. Los ingresos fruto del trabajo se han visto sustituidos por ingresos que no dependen de este.

El hundimiento de los mercados ha puesto al neoliberalismo en una situación difícil. Por si no fuera suficiente con los bancos demasiado grandes para dejarlos caer, las corporaciones se ven ahora en la tesitura de ofrecer servicios públicos. Como observó Tony Judt en Ill Fares the Land, Hayek olvidó que no se puede permitir que los servicios nacionales de carácter esencial se hundan, lo cual implica que la competencia queda anulada. Las empresas se llevan los beneficios y el Estado corre con los gastos.

A mayor fracaso de una ideología, mayor extremismo en su aplicación. Los Gobiernos utilizan las crisis neoliberales como excusa y oportunidad para reducir impuestos, privatizar los servicios públicos que aún no se habían privatizado, abrir agujeros en la red de protección social, desregularizar a las corporaciones y volver a regular a los ciudadanos. El Estado que se odia a sí mismo se dedica a hundir sus dientes en todos los órganos del sector público.

Es posible que la consecuencia más peligrosa del neoliberalismo no sea la crisis económica que ha causado, sino la crisis política. A medida que se reduce el poder del Estado, también se reduce nuestra capacidad para cambiar las cosas mediante el voto. Según la teoría neoliberal, la gente ejerce su libertad a través del gasto; pero algunos pueden gastar más que otros y, en la gran democracia de consumidores o accionistas, los votos no se distribuyen de forma equitativa. El resultado es una pérdida de poder de las clases baja y media. Y, como los partidos de la derecha y de la antigua izquierda adoptan políticas neoliberales parecidas, la pérdida de poder se transforma en pérdida de derechos. Cada vez hay más gente que se ve expulsada de la política.

Chris Hedges puntualiza que "los movimientos fascistas no encontraron su base en las personas políticamente activas, sino en las inactivas; en los 'perdedores' que tenían la sensación, frecuentemente correcta, de que carecían de voz y espacio en el sistema político". Cuando la política deja de dirigirse a los ciudadanos, hay gente que la cambia por consignas, símbolos y sentimientos. Por poner un ejemplo, los admiradores de Trump parecen creer que los hechos y los argumentos son irrelevantes.

Judt explicó que, si la tupida malla de interacciones entre el Estado y los ciudadanos queda reducida a poco más que autoridad y obediencia, sólo quedará una fuerza que nos una: el poder del propio Estado. Normalmente, el totalitarismo que temía Hayek surge cuando los gobiernos pierden la autoridad ética derivada de la prestación de servicios públicos y se limitan a "engatusar, amenazar y, finalmente, a coaccionar a la gente para que obedezca".

El neoliberalismo es un dios que fracasó, como el socialismo real; pero, a diferencia de este, su doctrina se ha convertido en un zombie que sigue adelante, tambaleándose. Y uno de los motivos es su anonimato. O, más exactamente, un racimo de anonimatos.

La doctrina invisible de la mano invisible tiene promotores invisibles. Poco a poco, lentamente, hemos empezado a descubrir los nombres de algunos. Supimos que el Institute of Economic Affairs, que se manifestó rotundamente en los medios contra el aumento de las regulaciones de la industria del tabaco, recibía fondos de British American Tobacco desde 1963. Supimos que Charles y David Koch, dos de los hombres más ricos del mundo, fundaron el instituto del que surgió el Tea Party. Supimos lo que dijo Charles Kock al crear uno de sus laboratorios de ideas: "para evitar críticas indeseables, debemos abstenernos de hacer demasiada publicidad del funcionamiento y sistema directivo de nuestra organización".

Las palabras que usa el neoliberalismo tienden más a ocultar que a esclarecer. "El mercado" suena a sistema natural que se nos impone de forma igualitaria, como la gravedad o la presión atmosférica, pero está cargado de relaciones de poder. "Lo que el mercado quiere" suele ser lo que las corporaciones y sus dueños quieren. La palabra inversión significa dos cosas muy diferentes, como observa Sayer: una es la financiación de actividades productivas y socialmente útiles; otra, la compra de servicios existentes para exprimirlos y obtener rentas, intereses, dividendos y plusvalías. Usar la misma palabra para dos actividades tan distintas sirve para "camuflar las fuentes de riqueza" y empujarnos a confundir su extracción con su creación.

Hace un siglo, los ricos que habían heredado sus fortunas despreciaban a los nouveau riche; hasta el punto de que los empresarios buscaban aceptación social mediante el procedimiento de hacerse pasar por rentistas. En la actualidad, la relación se ha invertido: los rentistas y herederos se hacen pasar por emprendedores y afirman que sus riquezas son fruto del trabajo.

El anonimato y las confusiones del neoliberalismo se mezclan con la ausencia de nombre y la deslocalización del capitalismo moderno: Modelos de franquicias que aseguran que los trabajadores no sepan para quién trabajan; empresas registradas en redes de paraísos fiscales tan complejas y secretas que ni la policía puede encontrar a sus propietarios; sistemas de desgravación fiscal que confunden a los propios Gobiernos y productos financieros que no entiende nadie.

El neoliberalismo guarda celosamente su anonimato. Los seguidores de Hayek, Mises y Friedman tienden a rechazar el término con el argumento, no exento de razón, de que en la actualidad sólo se usa de forma peyorativa. Algunos se describen como liberales clásicos o incluso libertarios, pero son descripciones tan engañosas como curiosamente modestas, porque implican que no hay nada innovador en Camino de servidumbre, La burocracia o Capitalismo y libertad, el clásico de Friedman.

A pesar de todo, el proyecto neoliberal tuvo algo admirable; al menos, en su primera época: fue un conjunto de ideas novedosas promovido por una red coherente de pensadores y activistas con una estrategia clara. Fue paciente y persistente. El Camino de servidumbre se convirtió en camino al poder.

El triunfo del neoliberalismo también es un reflejo del fracaso de la izquierda. Cuando las políticas económicas de laissez-faire llevaron a la catástrofe de 1929, Keynes desarrolló una teoría económica completa para sustituirlas. Cuando el keynesianismo encalló en la década de 1970, ya había una alternativa preparada. Pero, en el año 2008, cuando el neoliberalismo fracasó, no había nada. Ese es el motivo de que el zombie siga adelante. La izquierda no ha producido ningún marco económico nuevo de carácter general desde hace ochenta años.

Toda apelación a lord Keynes es un reconocimiento implícito de fracaso. Proponer soluciones keynesianas para crisis del siglo XXI es hacer caso omiso de tres problemas obvios: que movilizar a la gente con ideas viejas es muy difícil; que los defectos que salieron a la luz en la década de 1970 no han desaparecido y, sobre todo, que no tienen nada que decir sobre el peor de nuestros aprietos, la crisis ecológica. El keynesianismo funciona estimulando el consumo y promoviendo el crecimiento económico, pero el consumo y el crecimiento económico son los motores de la destrucción ambiental.

La historia del keynesianismo y el neoliberalismo demuestra que no basta con oponerse a un sistema roto. Hay que proponer una alternativa congruente. Los laboristas, los demócratas y el conjunto de la izquierda se deberían concentrar en el desarrollo de un programa económico Apollo; un intento consciente de diseñar un sistema nuevo, a medida de las exigencias del siglo XXI.

George Monblot

https://www.eldiario.es/theguardian/Neoliberalismo-raiz-ideologica-problemas_0_511299215.html

Para los tontos con balcones



"Queridos conciudadanos de la cacerolada de las 9:00 PM, :

Pretendo escribir unas líneas a vosotros, los que hasta hace un mes erais expertos entrenadores de fútbol, a la par que avezados especialistas en mecánica de coches, y en las últimas semanas sois expertos en pandemias. A vosotros, quienes no tenéis ni idea de qué es R0 pero lo manejáis con soltura mientras la familia cena. A vosotros, que no sabéis distinguir entre letalidad y mortalidad, pero no os importa, porque lo verdaderamente serio es mostrar la indignación de la ciudadanía.
¿Por qué el gobierno ha actuado tarde?
Por la economía. Si se cierra un país a todo tipo de actividad económica porque hay cuatro personas que tosen mucho, y nada más, la caverna mediática hubiera condenado a los responsables con el estigma de “quieren destruir el país”. Se esperó hasta que se comprobó que, realmente, la cosa iba en serio y que había que tomar medidas. Hubo en momento en que los datos pintaron realmente feos, y ahí (tarde) se comenzó a actuar. Se actuó tarde por dos razones. La primera porque es un nuevo virus. Aunque seáis expertos en pandemias, no tenéis ni idea de qué son los segmentos S, M, y L de un virus y cómo se recombinan. No os lo voy a explicar aquí, pero debéis de saber que aparecen virus nuevos de los que no tenemos ni idea de cómo funcionan. Es como si estáis en el bosque y no sabes si estáis viendo enfrente de vosotros un mirlo o un feroz oso. No sabéis cómo se comporta. Mejor esperar a ver qué hace. Y eso hicimos.

La segunda es porque los chinos mintieron. Desde el principio. Esto sí que os lo voy a explicar porqué es adecuado para los especialistas en pandemias. Desde aquella epidemia de SARS en China, existe un sistema de vigilancia temprana y de alerta rápida en el país. Cada vez que se detecta un caso de neumonía “extraña” se debe comunicar a Pekín (perdón, Beijing). Pero eso acarrea ceses fulminantes y esas cosas de los chinos, y los responsables de sanidad de Wuhan decidieron que estaban mejor callados. Hubo un día que se les fue la cosa de las manos.

Os diré que el primer caso declarado es de finales de noviembre de 2019, por lo que el virus, con lo que sabemos hoy, podía estar circulando ya entre agosto y septiembre. La comunidad científica admite hoy que todas las cifras de infectados y fallecidos son falsas. Se ha calculado comprobando el tiempo que han funcionado las incineradoras de Wuhan en los últimos meses. Es decir, estábamos ciegos ante lo que nos venía.

¿Por qué hicimos mal el cierre de fronteras?

Porque es un virus diferente y no sabíamos que estaba ya “dentro”. Como sois especialistas en pandemias (reconvertidos de entrenadores de fútbol) podéis consultar nextstrain.org/ncov y comprobar que la introducción del virus se produjo en Europa en algún momento de Navidad, procedente de Shanghai, con dudas acerca de si fue en Reino Unido o en Islandia. Sí, Islandia, la gente también viaja allá. Navidad. Vosotros estabas discutiendo con el cuñado mientras ese virus entraba y luego os daría mucho juego de conversación con la familia. Pensadlo otra vez: Navidad. Aquí empezamos a preocuparnos en marzo, cuando el virus se había amplificado y nos dimos cuenta.

¿Por qué no hemos hecho pruebas rápidas?

Antes que nada, todos estáis manejando las siglas PCR como si fueran algo normal en vuestras vidas. Debéis de saber que en condiciones óptimas una PCR suele llevar unas 4 horas de tiempo y costar unos 40-50€. El hecho de que se estén realizando unas 20.000 diarias en España (a día de ayer, 5 de abril) os dará una idea del esfuerzo. Si además os cuento que un termociclador (permitidme que introduzca una palabra nueva a los expertos en pandemias, pero es el cacharro que se usa para hacer una PCR, no sirve la sartén de vuestra casa) cuesta unos 10.000€, os daréis cuenta del esfuerzo.

Todos estáis hablando de las “pruebas rápidas” (me niego a llamarlas “tests”, yo escribo en castellano) pero aún pensáis que se trata de una especie de magia que apunta a un individuo y aparece una luz roja. Pues no. Hay dos tipos. Una intenta detectar los antígenos del virus. En otras palabras, el método intenta encontrar si hay proteínas del virus en una persona. Pero el Centro Nacional de Microbiología comprobó que la sensibilidad era de un 30%. Es como si en un control de alcoholemia de la Guardia Civil se escapa el 70% de los borrachos. ¿Verdad que no sirve para nada? Por eso se devolvieron. Pero, claro, el Ministro es un torpe. Después se ha venido trabajando con pruebas que permiten conocer si una persona ha desarrollado inmunidad al virus. ¿Para qué? Ahora sabemos que antes de que una persona desarrolle inmunidad, puede llevar 5-7 días transmitiendo el virus. Estas pruebas nos dirán quienes han estado en contacto con el virus. Estas pruebas rápidas nos darán datos acerca de la infección intra-domiciliaria. Poco más.

¿Por qué es distinto este virus, por qué no hay respiradores?

Sabemos hoy que el virus se multiplica en la garganta a niveles simplemente brutales. En aproximadamente un 30% de las personas (pero también hay diferencias genéticas) el virus puede pasar al pulmón. No sabemos por qué, pero las células que se encargan de nuestras defensas, al ver la inmensa carga vírica, sueltan toda la artillería. Un gin-tonic está bien, pero ocho son demasiados. Aquí pasa lo mismo. Los enfermos graves lo están porque su sistema inmune se ha pasado de la raya.

Oh, los respiradores. Vale, os lo explico. Seat, Ford, Volkswagen fabrican coches al ritmo que saben que se van a vender. Lo mismo con los respiradores y las mascarillas. La fábrica produce sus artilugios al ritmo que se van a vender, y no invertir más dinero en cosas que no tienen salida. Yo no puedo ir a Seat y decirles “mañana quiero 30.000 coches”. No se pueden hacer. Pues es lo mismo. Pero, claro, el ministro de Sanidad es un torpe porque así lo han decidido los ex-entrenadores de fútbol.

¿Y qué hay de los modelos?

Mi frase favorita es la de un premio Nobel de Economía, quien dijo “si torturas suficientemente a los datos, puede que terminen confesando”. Quienes hayan leído los informes del Imperial College (lo que proporciona un grado supremo de Experto en Pandemias) habrán constatado que en España “debería haber” entre 2 y 20 millones de infectados. Vamos a volver a leerlo. Es como si vas a la frutería y preguntas por el precio de los tomates. Y te contestan que están entre 2€y 20€ el kilo. Eso ha hecho el Imperial College. Quien crea ciegamente en eso acaba de obtener el diploma de pajero mental supremo. Repito, no tenemos ni idea acerca de cómo funciona este bicho, y nuestras estimaciones solo eso estimaciones algo laxas.

¿Qué va a pasar?

No lo sé. Si lo supiera ya sería entrenador de fútbol. Pero pienso que la humanidad va a tener una pandemia que se extenderá por todo el planeta, que todos nos acabaremos infectando y que quizás (o no) tengamos inmunidad o se convierta en una vacuna que haya que incluir todos los años en el calendario vacunal. Aquí tengo dos cuestiones. La primera, que nadie piense que una vacuna se hace en un mes. Cuando empiecen a morir voluntarios en las pruebas vacunales, también criticaréis la vacuna y lo demostrareis con otra cacerolada. La segunda, pensad en África y en América. Allí no hay una sanidad como en Europa. Vamos a tener olas de infección secundaria y terciaria por un largo tiempo. Es lo que tienen las pandemias. Pero eso ya lo sabíais, expertos en pandemias.

Espero que, con estas explicaciones simple, aptas para ex-entrenadores de fútbol, os lo penséis dos veces antes de la siguiente cacerolada. Un comentario final: el Capitán “a posteriori” es un personaje que ya existe en South Park. La mayoría de vosotros sois capitanes “a posteriori”, y no ayudáis. Quizás vuestros hijos queden impresionados, nada más."

Prof. Agustín Estrada-Peña


Mensaje de Jimmy Carter a Donald Trump


«Temes que China se nos adelante, y estoy de acuerdo contigo. ¿Pero sabes por qué China se nos adelanta? Yo normalicé las relaciones diplomáticas con Beijing en 1979. Desde esa fecha, ¿sabe cuántas veces China ha entrado en guerra con alguien? Ni una sola vez, mientras que nosotros estamos constantemente en guerra.


Estados Unidos es la nación más guerrera en la historia del mundo porque quiere imponer Estados que responden a nuestro gobierno y los valores estadounidenses en todo Occidente, controlar las empresas que disponen de recursos energéticos en otros países.

China, por su parte, está invirtiendo sus recursos en ferrocarriles, infraestructura, trenes bala intercontinentales y transoceánicos , tecnología 6G, inteligencia robótica, universidades, hospitales, puertos, edificios, en lugar de utilizarlos en gastos militares.

Hemos desperdiciado $ 300 billones en gastos militares para someter a países que buscaban salirse de nuestra hegemonía.

China no ha malgastado ni un centavo por la guerra, y es por eso que nos supera en casi todas las áreas.

Y si hubiéramos tomado $ 300 billones para instalar infraestructuras, robots, salud pública en los EEUU, tendríamos trenes bala transoceánicos de alta velocidad.

Tendríamos sistema de salud gratis para los estadounidenses.

Nuestro sistema educativo sería tan bueno como el de Corea del Sur o Shanghái.»

Jimmy Carter.
(Revista Newsweek)

miércoles, 23 de abril de 2014

Yo también odio a este puto país






Cuando de pequeño escuchaba que “España era una unidad de destino en lo universal”, me preguntaba si se referían al éxito de Massiel en Eurovisión, cantando el “La, la, la”, pero después del triunfo de la Roja en la Eurocopa 2012 he comprendido que España aún sueña con fundar un Imperio Galáctico liderado por un risueño Darth Vader ataviado con una montera y un capote carmesí. No es una broma. Los que siguieron la batalla librada contra una Italia debilitada por el “bunga-bunga” del Lord Sith Berlusconi, pudieron comprobar que un torero animaba a la selección, recordando al mundo que España siempre será la patria del botijo, las tonadilleras, el tricornio y el garrote vil.





Odio a este puto país porque al cruzar los Pirineos la caspa deja de ser un problema de higiene y se convierte en un signo de identidad nacional. Odio a este puto país porque sus pueblos aún martirizan a los animales, alegando que taladrar la piel de un toro con un estoque o lanzar a una cabra desde un campanario es arte y no tortura. Odio a este puto país porque presume de unos huevos de oro, pese a su cobardía con las incontables víctimas de la rebelión de los generales en 1936. España es un gran cementerio bajo la luna, una gigantesca fosa clandestina donde aún se amontonan los restos de maestros, poetas, obreros, campesinos, socialistas, anarquistas y comunistas, asesinados por luchar contra terratenientes, señoritos, banqueros, curas y militares. Nada augura que esos restos hallarán una digna sepultura o que el espeluznante mausoleo de Cuelgamuros será dinamitado, corriendo la misma suerte que los edificios y monumentos de la Alemania nazi y la Italia fascista. Odio a este puto país porque es un Reino y no una República, con un idiota coronado que extermina elefantes, confraterniza con dictadores, colecciona Ferraris en mitad de una pavorosa crisis económica y rivaliza con su tatarabuela Isabel II en promiscuidad, molicie, avaricia, oportunismo, populismo, estulticia y arribismo.




Odio a este puto país porque ha convertido el traje de gitana en símbolo nacional, sin avergonzarse de haber maltratado y hostigado durante siglos al pueblo romaní, confinándole en lejanos basurales. Odio a este puto país porque su unidad se ha construido sobre invasiones, matanzas y expolios. Odio a este puto país porque se identifica con la bandera de los Borbones y no con la enseña tricolor de la Segunda República. El rojo y gualda es una herencia (otra más) del franquismo, una dictadura tan sangrienta como ridícula, donde un militar bajito y con voz de espantapájaros se hizo llamar Caudillo y Generalísimo, escribiendo algunas de las páginas más negras de la historia universal de la infamia.




He nacido en este puto país, pero preferiría ser un piel roja o un extraterrestre perdido en el espacio. He nacido en este puto país, pero preferiría que la selección española no hubiera ganado la Eurocopa, particularmente después de saber que sus jugadores tributan sus bonificaciones en el extranjero para eludir la presión fiscal.




He nacido en este puto país, pero no me emocionan las victorias de Fernando Alonso o Rafa Nadal, dos millonarios sin complejos que juegan con Hacienda al escondite inglés. Rafa Nadal es tan buen chico que recuerda a Doris Day: sonriente, educado, bobo, soso, lelo, acartonado, previsible. Si hubiera trabajado en el Hollywood de los años 40, habría sido un aburrido galán de serie B, incapaz de propinar un puñetazo creíble o de recitar su diálogo, sin transmitir la sensación de ser el protagonista de una función escolar, con el talento interpretativo de un chimpancé. Fernando Alonso no parece un buen chico. Fernando Alonso tiene aires de rufián acostumbrado a matar las horas con un palillo de dientes en la boca y una copa de anís en la mano. No hace falta mucha imaginación para asignarle el papel de villano en una película de cine mudo o de hampón en un entremés escenificado en una corrala atestada de busconas y galeotes. Si se dejara crecer el bigote y una coleta, sería un aceptable Fu Manchú, tejiendo planes maléficos para alimentar su megalomanía hiperbólica.




Odio a este puto país porque ha permitido que sus grandes cómicos murieran en un inmerecido olvido. Gracita Morales pasó los últimos años de su vida sin recibir ofertas de trabajo a la altura de su genio irrepetible. Condenada a interpretar papeles secundarios en las series televisivas, se hundió poco a poco en la depresión.




Odio a este puto país porque algunos de sus grandes escritores han muerto en el exilio, la cárcel o asesinados por españolistas furibundos. Las imágenes de un Antonio Machado enfermo y prematuramente envejecido agonizando en una modesta pensión de Colliure o de Miguel Hernández entregado a la Guardia Civil por la policía del infame Salazar siempre nos recordarán la esencia de un país que ha maltratado a sus poetas y nunca ha tolerado a sus disidentes. Ser heterodoxo en España significa vivir con un pie en la horca. El asesinato de García Lorca refleja ese odio atávico que siempre ha caracterizado a un país áspero y huraño.








La brutal paliza que tres falangistas le propinaron al cantante de copla Miguel de Molina por ser homosexual y republicano aún inspira a los matones que apalean a inmigrantes, “rojos y maricones”, abusando de sus músculos de gimnasio y del calor de la manada, que les garantiza un victoria fácil sobre un rival indefenso y con miedo a recurrir a una policía aficionada a los mamporros y a la presunción de veracidad, una pirueta jurídica que atribuye a los agentes una infalibilidad sobrenatural.






Odio a este puto país porque se emociona con sus éxitos en el pueril entretenimiento del balompié, sin reparar que los verdaderos héroes no son unos jugadores adictos a los paraísos fiscales, sino los bomberos que extinguen incendios o los mineros que se enfrentan con tirachinas a las bocachas de la Benemérita, permitiéndonos soñar con una marea roja que ahogue a los adoradores del Becerro de Oro. Odio a este puto país porque todos los años mueren decenas de mujeres, asesinadas por un machismo profundamente enraizado en una sociedad que presume de sus cojones, convirtiendo los genitales masculinos en la metáfora de su chulería colectiva. Odio a este puto país porque se ha resignado a que el 20% de los niños viva en la pobreza y a que las oligarquías financieras sigan acumulando privilegios. Odio a este puto país porque ha asimilado el dogma de la no violencia, olvidando que las grandes transformaciones sociales siempre se han producido con estallidos revolucionarios. Conviene recordar que la heroica defensa de Madrid durante 1936, la revolución de Asturias en 1934 o la Semana Trágica de Barcelona en 1909 no se hicieron con manifestaciones pacíficas, sino con dinamita, fusiles y cócteles Molotov. Odio a este puto país porque llama terroristas a los autores de los atentados contra Melitón Manzanas y Carrero Blanco. Melitón Manzanas era un brutal torturador que había perfeccionado sus técnicas de interrogatorio con la Gestapo durante la ocupación de Francia. Carrero Blanco era el gorila del régimen franquista, la quintaesencia de una dictadura responsable de un genocidio. Sólo en la postguerra se fusiló a 192.000 personas en los diferentes campos de concentración levantados para descabezar cualquier forma de resistencia u oposición.






Odio a este puto país porque ya no lee a sus clásicos. Luis Cernuda describió el alma española como “una meseta ardiente y andrajosa” que adquirió “una gloria monstruosa” sometiendo a otros pueblos con su “sinrazón congénita”. Valle-Inclán escribió que “en España el trabajo y la inteligencia siempre han sido menospreciados. Aquí todo lo manda el dinero”. Por eso, hay que eviscerar a los patronos y exhibir sus entrañas negras. “Todos los días una patrono muerto, a veces dos… –apunta Max Estrella en Luces de bohemia (1924)-. Eso consuela”. Y añade algo más adelante, comentando la infame ley de fugas aplicada a los anarquistas: “La Leyenda Negra, en estos días menguados, es la Historia de España. Nuestra vida es un círculo dantesco. Rabia y vergüenza”.






Yo sólo admiro a una Roja: Dolores Ibarruri, Pasionaria. Odiada por la derecha más intolerante, encarna el espíritu de resistencia de la clase trabajadora, que se arrojó a la calle para defender Madrid contra los militares golpistas. Pasionaria es la madre de todos los rebeldes, de todos los que no se rinden, de los que han perdido el miedo a las represalias y prefieren la muerte a las humillaciones. Pasionaria es la España antifascista, roja, libertaria, socialista, solidaria e igualitaria. Mi madre escuchó a la Pasionaria despidiendo a las Brigadas Internacionales y aún recuerda su voz, llena de emoción y dignidad. Los 9.000 voluntarios extranjeros que murieron en España combatiendo al fascismo son los verdaderos héroes y no los deportistas que sólo se preocupan de su peculio. Las protestas de los mineros podrían ser la primera piedra de un futuro diferente, sin Borbones, Guardia Civil, políticos venales, obispos homófobos, toreros sanguinarios, empresarios sin conciencia y banqueros corruptos.




Valle-Inclán soñó con una guillotina eléctrica en la Puerta del Sol. Su afilado cartabón sería la espada de Teseo decapitando a explotadores, represores, escritorzuelos y usureros. No puede existir misericordia para los que conspiran contra la sanidad, la escuela y el pan de las familias. Si ese sueño se realiza, si las calles se llenan de banderas rojas y tricolores y se hace justicia con los verdugos de la clase trabajadora, ser español ya no estará asociado a las procesiones de Semana Santa y a la cabra de la Legión, sino a una insurrección que hizo rodar cabezas, sin avergonzarse de imitar el color de la aurora, convirtiendo las calles en ríos de sangre y el hotel Ritz en el cuartel general de las milicias revolucionarias.




RAFAEL NARBONA