jueves, 31 de mayo de 2012

Los payasos inmobiliarios .....Bankiarrota y Rato



El gran Sr. Rato, el mago del milagro económico español. Me encantaría saber la opinión de los panfletos cavernarios sobre este crack. Y su vida laboral. Por ejemplo, sus vinculaciones y asignaciones A DEDO, concretamente el dedo de Esperanza y Aznar, su paso por el FMI, por qué se fue/lo tiraron/huyó de esa organización mafiosa y por supuesto, su gran labor al frente de Bankia. 

Es maravilloso que haya querido terminar de dañar su reputación con este ridículo video de las tortugas de NOTEGES. Me parto el ojal con estos especuladores promotores inmobiliarios admiradores del co-creador de la burbuja inmobiliaria. Me quedo con lo que decía un comentarista en Público: " Y pensar que todos los desahuciados por Bankia, pondrán de su bolsillo pa$ta para salvarla.. es demencial". Como es de locos que presidan las entidades financieras los adoquines/títeres que colocan los politicos para que manejen los hilos a su favor, teniendo en cuenta que estos imbéciles de turno, no tienen ni pajolera idea de banca, como lo es también permitir que se firmen indemnizaciones multimillonarias se haga o no un buen trabajo al frente de la entidad, y se lo lleven fresquito y sin dar explicaciones a nadie. 

Penas de cárcel para los golfos que hacen estos desfalcos, penas de cárcel e inhabilitación de por vida para los políticos y en general para todos los mandamases que estaban al corriente y no hicieron nada, salvo poner el cazo. 

Somos el hazmerreír del mundo, un país de ladrones y botarates. 

Ojalá nos rescaten, a ver si exprimiéndonos un poco más, reaccionamos de una vez por todas y salimos a la calle, pero no con las pancartitas y el buenrollismo de siempre sino con antorchas, pidiendo la dimisión de todo el equipo de gobierno y de la patética oposición del PSOE y el cutrenacionalismo de CIU. Y a convocar elecciones. Y si es posible, que le den por culo al euro, que ya está bien de hacer el primo en esta Europa de primera y de tercera categoría, y llevarnos siempre los retales de saldo. 

Necesitamos un Rescate Moral/ El Intermedio 30-05-2012

sábado, 26 de mayo de 2012

miércoles, 23 de mayo de 2012

Los recortes educativos, explicados a lo bestia

El presidente del gobierno convoca a los medios de comunicación a La Moncloa para un mensaje a la nación. Mirando a la cámara, con tono firme, lanza la bomba: “Queridos ciudadanos, voy a ser sincero, sin eufemismos: en España sobran millones de trabajadores, y van a seguir sobrando por muchos años, porque no esperamos crear empleo en una larga temporada; más bien al contrario, se seguirá destruyendo. Así que no voy a emplear el argumentario habitual para justificar los recortes educativos. Háganse ustedes mismos esta pregunta: ¿para qué vamos a seguir formando jóvenes que no tendrán donde trabajar? ¿Para qué gastar nuestro escaso dinero en que las próximas generaciones tengan un título universitario, de Formación Profesional o de Bachillerato? ¿Para que lo cuelguen en el salón? ¡Si aquí no va a haber trabajo en condiciones más que para unos cuantos, y el resto al paro o al subempleo!”

Ya sé que la escena es improbable, nadie espera esa sinceridad del presidente. Pero si nos lo contaran así, a lo bestia, entenderíamos mucho mejor los demenciales recortes en educación, los ya aprobados y los que vendrán. Nos seguirían cabreando, claro, pero al menos entenderíamos de qué va la cosa.
Como el gobierno no se atreve, voy a hacerle yo el trabajo sucio. Voy a explicar en qué consisten los recortes educativos a partir de esa clave: ¿para qué vamos a seguir formando jóvenes, si el futuro pinta negro? ¿Para qué queremos nuevas ediciones de “la generación mejor preparada de la historia”? ¿Para que se conviertan en nuevas “generaciones perdidas”? ¿Qué ganas de gastar ni un euro más en engordar currículum que acabarán en la papelera de una ETT?

Así pensados, los recortes deberían ser incluso más radicales: no basta con el previsible aumento del fracaso escolar, ni con la disuasión que el mayor coste de las matrículas tendrá sobre muchas familias; eso sólo eliminará unos cuantos cientos de miles de estudiantes. Habría que ir más allá, y cerrar mañana mismo todas las facultades universitarias cuyas expectativas laborales son igual a cero, o incluso tienen números negativos.

Tomemos el caso de periodismo, por poner un ejemplo sencillo: si no tenemos donde colocar a los más de cinco mil periodistas despedidos –y los que se sumarán tras los próximos ERE-, y teniendo en cuenta que el futuro a corto plazo pasa por medios digitales con plantillas miniatura y donde se paga poco o nada, ¿para qué seguir licenciando promociones de nuevos periodistas? Y lo mismo vale para las carreras científicas: ¿para qué queremos tanto Premio Nobel en potencia, si pronto tendrán que buscar ratones de chabola para sus investigaciones, como el protagonista de Tiempo de silencio?
El razonamiento es válido para muchas otras titulaciones: si en los próximos años no habrá apenas convocatorias de plazas en las administraciones públicas (salvo para policía, esa sí una profesión con futuro), ni se contratarán nuevos médicos, enfermeros o profesores, sino al contrario, se prescindirá de los interinos y cualquier día empezarán también a echar a los que tienen plaza, ¿qué necesidad hay de mantener tantos estudios universitarios sin salida profesional?

Otro tanto diremos de la FP: ya deberían estar cerradas las aulas donde se forman trabajadores para cualquier profesión relacionada con la construcción, pues pocas viviendas se van a levantar en las próximas décadas mientras no demos salida al stock de casas vacías, y de la obra pública mejor no hablar. Y lo mismo para los que se formen pensando en colocarse en la industria, menguante y deslocalizada, así como en tantas empresas de servicios que ya han descubierto la fórmula del más por menos (hacer lo mismo o más pero con menos trabajadores), o en el comercio, donde no se vende una escoba ni se va a vender por mucho tiempo.
Ya sé, ya sé: me dirán que el sistema educativo no es sólo una fábrica de trabajadores, que educar no es sólo añadir líneas al currículo, que educar debería ser mucho más. Lo que quieran, pero no nos engañemos: hace ya mucho tiempo que el sistema educativo, sus objetivos y programas, se vincularon a las necesidades productivas del país; y no sólo la evidente FP, sino también el bachillerato y la universidad entendidos como antesalas del mercado laboral y diseñados en función de las necesidades de las empresas; así ha sido, y no parece que los tiempos apunten a ideales humanistas. Cuando oíamos eso de “la generación mejor preparada de nuestra historia” ninguno estábamos pensando en ciudadanos críticos y libres, sino en lo confiados que iban los jóvenes a las entrevistas de trabajo. Ya sé que hay muchos que aspiran a otra cosa, que ven en la educación una formación humana y en valores para la convivencia, y creen en su función correctora de las desigualdades, pero hasta ahora clamaban en el desierto, y no parece que las autoridades vayan a escucharles mucho más.

Así que, si aceptamos que tenemos un sistema educativo cuyo principal objetivo es entregar al sistema productivo trabajadores con las habilidades y conocimientos que las empresas exigen, la conclusión no puede ser otra, por mal que suene: hay que suspender el sistema educativo mientras la cosa no mejore, reducirlo a la mínima expresión.
Porque lo que también parece evidente es que la solución contra el paro no pasa hoy por más y mejor educación, más y mejor formación. Muchos de esos millones que están sin trabajo no lo van a encontrar por añadir otra carrera, un master o un tercer idioma al currículum, al contrario: cada vez más trabajadores se fingen peor preparados de lo que en realidad están cuando acuden a una entrevista de trabajo, porque para los pocos puestos que se ofertan, y con la miseria de sueldo que ofrecen, un buen currículum es la peor carta de presentación.

No, la solución al paro no está en formar aun más a la generación mejor formada de la historia, sino en un cambio de modelo productivo, que el que tenemos no da más de sí, y a golpe de austeridad y recesión nos condena una larga temporada de paro y trabajo basura. Y como hace tiempo que los gobernantes abandonaron el discurso –que no era más que eso, un discurso- sobre la necesidad de un nuevo modelo económico, la apuesta por la innovación y la tecnología, los nuevos yacimientos de empleo, y patatín, patatán; mientras el modelo productivo sea el que es, no tendremos donde colocar a los cinco o seis millones de parados, que ya podrán ser siete millones y los que vengan. El único yacimiento de empleo a la vista consiste en trabajar como chinos, como recomendó el presidente de Mercadona: y para trabajar con horarios y sueldos de bazar chino, poca falta hace tener título, más bien al contrario.

De modo que de eso se trata, en eso consiste la nueva política educativa. Si los recortes actuales de 3.000 millones, que se suman a los que ya aprobaron las comunidades autónomas, les parecen un ataque al sistema educativo, piensen que esto no ha hecho más que empezar. Las medidas anunciadas dejarán por el camino a unos cuantos miles que nunca llegarán a la universidad o la FP: el recorte en la educación infantil impedirá que los niños entren tan pronto y le puedan coger el gusto al estudiar ya desde tan pequeños; la masificación de las aulas, la falta de recursos y el deterioro de las condiciones de trabajo de los profesores abonarán el fracaso escolar en edades cada vez más tempranas; y para los que sobrevivan y todavía aspiren a estudios superiores, el encarecimiento de las matrículas y la reducción de becas operará la selección natural necesaria.

Como además se deteriorará mucho más la educación pública, la privada saldrá favorecida, cuanto más cara y exclusiva mejor, de modo que sean sus estudiantes los que consigan los pocos trabajos decentes disponibles, y el resto al paro o a la precariedad, que para eso las familias menos pudientes están mejor dotadas genéticamente para soportar las penurias y adversidades. Lo mismo cabe decir de la escuela rural, cuya supervivencia está amenazada, como contaba ayer en este blog Susana Hidalgo. ¿Para qué quieren estudiar en el campo, si allí hay aun menos futuro que en la ciudad?

De paso, con la liquidación del sistema educativo nos ahorramos otra molestia para los tiempos venideros: que los jóvenes piensen por su cuenta, que desarrollen espíritu crítico, algo que, aunque no sea un objetivo del actual sistema, acaba siendo un efecto colateral por culpa de tantos profesores que defienden que educar debe ser algo más que formar nuevos trabajadores. Y ya hemos visto lo que pasa con los jóvenes cuando piensan por su cuenta, que acaban indignándose y montando acampadas o cosas peores. Sí, es cierto que la falta de horizonte y el abandono escolar temprano pueden afectar a la convivencia y crear tensiones sociales, pero no pasa nada: eso nos permitirá contratar más policías, que como ya dijimos es la verdadera profesión de futuro.

¿A que no suena tan descabellado? Otro día si quieren les explico así también, a lo bestia, los recortes de sanidad en clave de reducción de la esperanza de vida: ¿para qué facilitar que los ciudadanos vivamos tantos años, si no habrá pensiones, ni recursos públicos de asistencia, ni dinero para la dependencia? Mejor morirnos antes, y eso que nos ahorramos todos.

martes, 22 de mayo de 2012

Monólogo sobre la monarquía censurado. Quim Monzó (1994)

El trabajo de la realeza", el monólogo del escritor Quim Monzó que trajo enormes consecuencias en su momento. La Casa Real expresó su protesta oficial por las "opiniones ofensivas" vertidas contra la corona en el programa; se dio por hecho que la protesta se refería en particular al monólogo de Monzó, además de la imagen de la infanta Elena al fondo del decorado, que era habitual en el programa. Unos días más tarde de la tormenta política y periodística que causó la protesta real, Monzó iba a ser el invitado de "El peor programa de la semana" de Wyoming en La 2: la dirección de RTVE vetó el programa por contar con el polémico invitado y acabó por suprimirlo de la programación al negarse los responsables a renunciar a la presencia de Monzó. Ambos sucesos pusieron en tela de juicio la independencia de las televisiones públicas y especialmente dejaron en evidencia el poder de la corona sobre los medios de comunicación.

Desgraciadamente, a los vídeos del monólogo que circulan por la red les falta el final. He encontrado una grabación de Ràdio Klara (Valencia) donde se leyó el monólogo tiempo despues, así que al final del vídeo propiamente dicho he añadido la lectura de la parte que faltaba (1.55 min) para que pueda apreciarse el contenido del monólogo entero. "Persones humanes" 42 (TV3), 20-1-1994.

Hora de despertar

He pensado desde hace muchos años, y lo he escrito de vez en cuando, que España vivía en un estado de irrealidad parcial, incluso de delirio, sobre todo en la esfera pública, pero no solo en ella. Un delirio inducido por la clase política, alimentado por los medios, consentido por la ciudadanía, que aceptaba sin mucha dificultad la irrelevancia a cambio del halago, casi siempre de tipo identitario o festivo, o una mezcla de los dos. La broma empezó en los ochenta, cuando de la noche a la mañana nos hicimos modernos y amnésicos y el gobierno nos decía que España estaba de moda en el mundo, y Tierno Galván -¡Tierno Galván!- empezó la demagogia del político campechano y majete proclamando en las fiestas de San Isidro de Madrid aquello de “¡ El que no esté colocao que se coloque, y al loro!” Tierno Galván, que miró sonriente para otro lado, siendo alcalde, cuando un concejal le trajo pruebas de los primeros indicios de la infección que no ha dejado de agravarse con los años, la corrupción municipal que volvía cómplices a empresarios y a políticos.

Por un azar de la vida me encontré en la Expo de Sevilla en 1992 la noche de su clausura: en una terraza de no sé qué pabellón, entre una multitud de políticos y prebostes de diversa índole que comían gratis jamón de pata negra mientras estallaban en el horizonte los fuegos artificiales de la clausura. Era un símbolo tan demasiado evidente que ni siquiera servía para hacer literatura. Era la época de los grandes acontecimientos y no de los pequeños logros diarios, del despliegue obsceno de lujo y no de administración austera y rigurosa, de entusiasmo obligatorio. Llevar la contraria te convertía en algo peor que un reaccionario: en un malasombra. En esos años yo escribía una columna semanal en El País de Andalucía, cuando lo dirigía mi querida Soledad Gallego, a quien tuve la alegría grande de encontrar en Buenos Aires la semana pasada. Escribía denunciando el folklorismo obligatorio, el narcisismo de la identidad, el abandono de la enseñanza pública, el disparate de un televisión pagada con el dinero de todos en la que aparecían con frecuencia adivinos y brujas, la manía de los grandes gestos, las inauguraciones, las conmemoraciones, el despilfarro en lo superfluo y la mezquindad en lo necesario. Recuerdo un artículo en el que ironizaba sobre un curso de espíritu rociero para maestros que organizó ese año la Junta de Andalucía: hubo quien escribió al periódico llamándome traidor a mi tierra; hubo una carta colectiva de no sé cuantos ofendidos por mi artículo, entre ellos, por cierto, un obispo. Recuerdo un concejal que me acusaba de “criminalizar a los jóvenes” por sugerir que tal vez el fomento del alcoholismo colectivo no debiera estar entre las prioridades de una institución pública, después de una fiesta de la Cruz en Granada que duró más de una semana y que dejó media ciudad anegada en basuras.

El orgullo vacuo del ser ha dejado en segundo plano la dificultad y la satisfacción del hacer. Es algo que viene de antiguo, concretamente de la época de la Contrarreforma, cuando lo importante en la España inquisitorial consistía en mostrar que se era algo, a machamartillo, sin mezcla, sin sombra de duda; mostrar, sobre todo, que no se era: que no se era judío, o morisco, o hereje. Que esa obcecación en la pureza de sangre convertida en identidad colectiva haya sido la base de una gran parte de los discursos políticos ha sido para mí una de las grandes sorpresas de la democracia en España. Ser andaluz, ser vasco, ser canario, ser de donde sea, ser lo que sea, de nacimiento, para siempre, sin fisuras: ser de izquierdas, ser de derechas, ser católico, ser del Madrid, ser gay, ser de la cofradía de la Macarena, ser machote, ser joven. La omipresencia del ser cortocircuita de antemano cualquier debate: me critiacan no porque soy corrupto, sino porque soy valenciano; si dices algo en contra de mí no es porque tengas argumentos, sino porque eres de izquierdas, o porque eres de derechas, o porque eres de fuera; quien denuncia el maltrato de un animal en una fiesta bárbara está ofendiendo a los extremeños, o a los de Zamora,o de donde sea; si te parece mal que el gobierno de Galicia gaste no sé cuántos miles de millones de euros en un edificio faraónico es que eres un rojo; si te escandalizas de que España gaste más de 20 millones de euros en la célebre cúpula de Barceló en Ginebra es que eres de derechas, o que estás en contra del arte moderno; si te alarman los informes reiterados sobre el fracaso escolar en España es que tiene nostalgia de la educación franquista.
He visto a alcaldes y a autoridades autonómicas españolas de todos los colores tirar cantidades inmensas de dinero público viniendo a Nueva York en presuntos viajes promocionales que solo tienen eco en los informativos de sus comarcas, municipios o comunidades respectivas, ya que en el séquito suelen o solían venir periodistas, jefes de prensa, hasta sindicalistas. Los he visto alquilar uno de los salones más caros del Waldorf Astoria para “presentar” un premio de poesía. Presentar no se sabe a quién, porque entre el público solo estaban ellos, sus familiares más próximos y unos cuantos españoles de los que viven aquí. Cuando era director del Cervantes el jefe de protocolo de un jerarca autonómico me llamó para exigirme que saliera a recibir a su señoría a la puerta del edificio cuando él llegara en el coche oficial. Preferí esperarlo en el patio, que se estaba más fresco. Entró rodeado por un séquito que atascaba los pasillos del centro y cuando yo empezaba a explicarle algo tuvo a bien ponerse a hablar por el móvil y dejarnos a todos, al séquito y a mí, esperando durante varios minutos. “Era Plácido”, dijo, “que viene a sumarse a nuestro proyecto”. El proyecto en cuestión calculo que tardará un siglo en terminar de pagarse.

Lo que yo me preguntaba, y lo que preguntaba cada vez que veía a un economista, era cómo un país de mediana importancia podía permitirse tantos lujos. Y me preguntaba y me pregunto por qué la ciudadanía ha aceptado con tanta indiferencia tantos abusos, durante tanto tiempo. Por eso creo que el despertar forzoso al que parece que al fin estamos llegando ha de tener una parte de rebeldía práctica y otra de autocrítica. Rebeldía práctica para ponernos de acuerdo en hacer juntos un cierto número de cosas y no solo para enfatizar lo que ya somos, o lo que nos han dicho o imaginamos que somos: que haya listas abiertas y limitación de mandatos, que la administración sea austera, profesional y transparente, que se prescinda de lo superfluo para salvar lo imprescindible en los tiempos que vienen, que se debata con claridad el modelo educativo y el modelo productivo que nuestro país necesita para ser viable y para ser justo, que las mejoras graduales y en profundidad surgidas del consenso democrático estén siempre por encima de los gestos enfáticos, de los centenarios y los monumentos firmados por vedettes internacionales de la arquitectura.

Y autocrítica, insisto, para no ceder más al halago, para reflexionar sobre lo que cada uno puede hacer en su propio ámbito y quizás no hace con el empeño con que debiera: el profesor enseñar, el estudiante estudiar haciéndose responsable del privilegio que es la educación pública, el tan solo un poco enfermo no presentarse en urgencias, el periodista comprobando un dato o un nombre por segunda vez antes de escribirlos, el padre o la madre responsabilizándose de los buenos modales de su hijo, cada uno a lo suyo, en lo suyo, por fin ciudadanos y adultos, no adolescentes perpetuos, entre el letargo y la queja, miembros de una comunidad política sólida y abierta y no de una tribu ancestral: ciudadanos justos y benéficos, como decía tan cándidamente, tan conmovedoramente, la Constitución de 1812, trabajadores de todas clases, como decía la de 1931.

Lo más raro es que el espejismo haya durado tanto.

Antonio Muñoz Molina 

viernes, 18 de mayo de 2012

Photo














Isaac Cordal


Homosexuality is found in more than 1300 animal species. Homophobia is found in only one - us, the assholes of the planet.


Believe nothing, no matter where you read it, or who said it, no matter if I have said it, unless it agrees with your own reason and your own common sense.

Robert and Shana ParkeHarrison


Sally Mann

Slinkachu

Bonazzi, Stefano

Jacqueline Roberts



Christopher  Gilbert

Richard Avedon

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