No es el agobio normal de quien afronta una nueva situación con menos recursos sino un horror indescriptible a caer despeñados al sótano de la escala social. Tememos descubrirnos perdedores, y llegaríamos a vender nuestra alma al diablo para conservar ese Golf tan rojo que se pone a 100 en seis segundos y el adosado en las afueras, donde hacemos esas barbacoas estupendas con el vecino mientras comentamos que la cosa está muy mal, que lo de las autonomías es una ruina, que muchos parados son unos vagos a los que pagamos por no trabajar y que ya está bien de que a los inmigrantes les salgan gratis los tratamientos contra el cáncer.
Nos hemos instalado en una clase media ridícula, que aceptaría cualquier arreglo con tal de seguir en ese machito de opulenta mediocridad, y por eso respiramos aliviados cuando el ERE pasa de largo y se ceba en esos compañeros de al lado, a los que damos golpecitos en la espalda con mucho sentimiento mientras recogen la agenda, y no levantamos la voz cuando es a nosotros a quienes no recortan el sueldo, y seguimos callados cuando tipos con 80 millones de pensión nos dicen que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Hasta nos parecerá bien que a las abuelos les cobren por ir al médico, que lo de la artrosis en la tercera edad en un cuento chino y nos cuesta un riñón.
Escuchamos aterrados las visiones apocalípticas de esas elites económicas que ven el futuro en los posos de café y en los restos de farlopa de sus espejitos, y hasta los ateos rezamos para que siga habiendo pensiones cuando nos jubilemos, como si fueran una concesión por la que tengamos que estar agradecidos. Quizás tanto miedo acabe por activarnos el resorte de la dignidad. A los perdedores que se rebelan no puede asustarles la derrota. La dignidad de los perdedores. J.C. Escudier. Diario Público.
Yo no creo que el miedo acabe por activarnos el resorte de la dignidad. Más bien al contrario. Hace un año escribí un post que se llamaba El miedo esclaviza. En él hacía referencia a un documental, "La doctrina del shock" en el que se detalla bien de qué modo el miedo nos atenaza y nos mantiene dóciles. Titulares de prensa con la palabra Crisis, programas de televisión que cuentan casos de personas que un día lo perdieron todo (y el auge de programas de ricos con vidas sórdidas que nos fascinan) (eso merece otro post), inmigrantes que perdieron sus trabajos y ahora deambulan por las calles, gentes que después de mucho tiempo en paro, dejaron de percibir prestaciones y ahora ataviados con capuchas salen de noche a rebuscar en los contenedores de los supermercados... Indigencia, chabolas, delincuencia, drogas, prostitución, mafia, violencia, soledad..
El estado de bienestar nos procuró unos pequeños lujos (móvil última generación, pantalla de plasma, videojuegos, coche deportivo, piso y/o chalet/apartamento, vacaciones en verano) que ahora, después de leer esos titulares y de ver esos reportajes, aún nos hacen sentir más privilegiados. Somos de clase media. Media alta, dirán algunos. Muchos se tragarán sables enteros con tal de no perder ese status que tanto les costó alcanzar, aunque sea a base de préstamos, de tarjetas de crédito apuradas, de pagar intereses abusivos, a fuerza de trabajar mucho más por comprar más de lo que necesitaba, a costa de soportar al hijo puta del jefe, a costa de soportar una vida familiar anodina, a costa de desempeñar un trabajo detestable y de cagarte en tu puta existencia cada mañana, cuando suena el despertador al lado de tu cama.
Nada que un buen partido de fútbol y unas birras no puedan disipar unas horas hasta que vuelva la realidad y te aplaste.
Y es en ese estado de bienestar ficticio que nos han creado, que nos importa una mierda los recortes a los funcionarios (que se jodan, están todo el día tocándose los bemoles), la supresión de ayudas a las ONG (para qué? primero nos ayudamos nosotros y luego ya si sobra, continuamos por el resto de países) los cheques-bebé (bah, a quién le importa? acaso tengo yo un bebé?), la ley de la dependencia (repito: no me incumbe, no es mi caso) y cualquier otro recorte que no nos toque de lleno.
Cuando eres joven aún puedes sentir ganas de revolución. Eres visceral, y luchas por lo que crees que es justo. Justicia universal! Porque con 20 años no tienes que responder ante unas expectativas que de no alcanzarlas te convierten automáticamente en un loser. ¿Conoces a un joven en paro? Si, muchos. No pasa nada. En cuanto terminen de estudiar, adquieran experiencia y se emancipen, tendrán la oportunidad de demostrar quiénes son y qué lugar ocuparán en la sociedad. Paciencia y tiempo. Pero ¿y un señor de 40 o 50 años en paro? Está acabado, pensarán para sus adentros conocidos y amigos, mientras le pasan la mano por la espalda. Por eso es preferible comérselas de canto a perder la categoría de clase media.
En momentos de miedo colectivo lo lógico sería aliarte con los que padecen tus mismas circunstancias y reunir suficientes fuerzas para buscar al culpable y ajustar cuentas, y lograr con esa alianza derrumbar lo establecido y empezar a cambiar las cosas. Pero la realidad nos demuestra que en momentos de miedo, todos se agarran bien a sus pertenencias, y con las uñas de los pies se clavan al suelo para que ni un vendaval les pueda mover de ese sitio donde echaron raíces. Aunque les vaya la dignidad en ello.
2 comentarios:
Un "Mundo feliz" vulgar y chabacano. ¿Cómo sería una novela en la que Aldous Huxley y John Kennedy Toole se fusionaran?
La conjura lisérgica de los necios felices. O así.
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