lunes, 21 de marzo de 2011

Cuándo vamos a reaccionar?

A priori, según todos los analistas pronosticaban, esta crisis nos enseñaría que, de alguna forma, había que controlar en el futuro ese capitalismo ultraliberal que nos ha invadido desde la caída del bloque soviético, puesto que una vez exterminado el 'peligro rojo', los extremistas del otro bando (o sea, del nuestro), han campado a sus anchas haciendo y deshaciendo sin ningún miedo ni control.

Las políticas proteccionistas del Estado se habían quedado obsoletas, dijeron, y la única opción válida era generar dinero a toda costa. En cierto modo, entramos en la ley de la selva, en esa precisamente en la que el más poderoso tiene el control absoluto de la situación. El débil, por su parte, se convierte en un elemento incómodo a no ser que deje de exigir unos derechos que por su escalafón social no le pertenecen, según ellos; será un triste gregario durante toda su vida, pues ésta pertenece ya para siempre al líder, al más poderoso. No hay término medio, o estás con él, o fuera del sistema, puesto que aquello denominado solidaridad tan sólo son términos aplicables a blandengues sentimentales o, en todo caso, a locos altruistas ajenos a la realidad existente. Es la ley del más fuerte y, en este caso, del que tiene más capital.

Pero de pronto, y casi sin darnos cuenta, descubrimos de repente que todo se tambaleó, pues la balanza del equilibrio se hizo añicos por completo. La saturación de los mercados, sobre todo el inmobiliario, hizo que grandes y poderosas empresas echasen el cierre, al tiempo que los bancos empezaron a tambalearse debido a que los beneficios y el dinero generado en estos años de bonanza no era real, sino ficticio. Las gentes, hipotecadas de por vida, fueron las primeras víctimas del gran crack, pues al perder sus empleos, dejaron de devolver los créditos prestados mientras que las grandes empresas les comunicaban a sus banqueros que su deuda era imposible de liquidar, ya que la bancarrota de sus sociedades era un hecho constatable. Todo, absolutamente todo, se empezó a descomponer.

Los pequeños ahorradores, alarmados, empezaron a sacar su dinero de las entidades bancarias cuando comprobaron que éstas se desplomaban en la bolsa (esa gran fábrica de dinero ficticio), y fue entonces cuando el grito de alarma sacudió a la sociedad por entero. El monstruo del dinero fácil y rápido de conseguir se había desplomado, y con él, la mayor parte de una sociedad que se ha dejado arrastrar por un sistema ultraliberal que hizo creer a muchos que era la gran panacea.

Pero entonces, como si no tuviésemos memoria, aquellos mesías del nuevo capitalismo, en ese momento ya entre la espada y la pared, le suplicaron, bueno…, más que suplicar, casi le exigieron a 'papá Estado' que saliese en su ayuda, pues de lo contrario, todo se vendría a pique. Sí, de repente se convirtió en una especie de capitalismo socialista, pidiendo una intervención estatal con el dinero de todos los contribuyentes, ese dinero precisamente que algunos Estados dedican, en mayor o menor medida, para proporcionar una mejor calidad de vida a sus ciudadanos mediante la educación y sanidad públicas, entre otras muchas cosas. Así pues, el dinero recaudado ya no se destinaría en gran medida a las clases medias y bajas, sino que iría principalmente encaminado a salvar a los más ricos.

De todas formas, y una vez sucedido lo sucedido, al menos se demostraba que en cierto modo la intervención del Estado no era tan mala, con lo cual se llegó a pensar que a partir de entonces el gran capital comprendería, o al menos aceptaría razonablemente, la intervención del Estado a través de dinero público en temas tan trascendentales para el conjunto de la sociedad como son la salud o el derecho gratuito a la educación.

Así es, dio la impresión de que íbamos a conseguir un capitalismo más humano, tal y como en su día se exigió un comunismo más humano a través de aquella maravillosa 'Primavera de Praga' del 68. Pero verán, de la misma forma que entonces no se consiguió, invadiendo los tanques rusos la capital checa, ahora posiblemente tampoco se conseguirá puesto que ya hay síntomas claros que nos inducen a pensar en ello.
Verán ustedes, el gran poder, el gran capital, ese que hace unos meses estaba asustado y acomplejado viendo todo lo que se le venía encima, sigue tan sólo un año después campando a sus anchas, ya que las protestas de la ciudadanía han sido tan tímidas y resignadas, que les ha dado pie a que casi todo siga funcionando de igual forma.

Al parecer, la gran mayoría de los banqueros y altos ejecutivos que provocaron la crisis no fueron castigados con la cárcel, sino 'despedidos' con indemnizaciones millonarias, e incluso muchos de ellos siguen ocupando puestos de privilegio en otras grandes corporaciones. Los paraísos fiscales continúan funcionando como antaño, y estos riquísimos ejecutivos controladores del capital, a los que el dinero público les salvó el pellejo, siguen hoy en día amenazando a los Estados diciéndoles que si suben los impuestos a las clases privilegiadas, se llevarán su parné a dichos paraísos fiscales o a terceros países en donde no se les pida cuentas por sus pingües beneficios.

Y el pueblo sigue sin decir nada, como narcotizado o en estado de shock, pues nadie es capaz de exigir a los más ricos ya no sólo que se retracten por el injusto reparto del bienestar que se ha producido hasta nuestros días, sino que a tenor de todo lo acontecido, cambien de una vez por todas su forma de actuar, aunque tan sólo sea por simple 'vergüenza torera'.

Así pues, hemos dejado pasar una oportunidad única, excepcional podríamos decir, puesto que de tener contra las cuerdas al deshumanizado gran capital, en cuestión de meses hemos pasado a demostrarle que su poder es incluso mayor que el que tenía antaño, pues si antes temían una más que probable reacción en su contra al provocar con su avaricia desmedida hechos tan lamentables como los ocurridos en esta crisis, ahora se han dado cuenta de que ni haciendo tal tipo de barbaridades se les exigen verdaderas responsabilidades y, menos aún, que su eterno poder peligre lo más mínimo.

En definitiva, pienso que esta es una enseñanza que, a buen seguro, ellos sí habrán aprendido para consolidar, definitivamente, su hegemonía por los tiempos de los tiempos. Y mientras tanto nosotros, es decir, aproximadamente el 98% de la población, a seguir aguantando estoicamente todo lo que nos echen debido, en gran medida, a nuestra propia desidia y pasotismo como integrantes de una sociedad apática y resignada.

2 comentarios:

LA CAÑA DE ESPAÑA dijo...

A mí lo que, ahora mismo, me enerva principalmente es la pamplina esa de retribuciones asociadas a la productividad. Si eso dijeran los políticos que es lo que ellos se van a autoimponer me parecería genial: por lo pronto el gobierno de Zp no sólo no cobraría sino que tendría que pagarnos al resto de los españoles por lo deteriorado que nos han dejado el país, pero cuando escucho a ese cantamañanas decir que eso es necesario para NOSOTROS me recorre un sudor frío por la espalda igual que si me topase con un loco insensato armado con una navaja oxidada en un callejón oscuro... y encima lo hace para darle la razón a la Merkel, que eso es otra...

Josu Sein dijo...

En otros países europeos empiezan a reaccionar, pero en España lo veo muy negro a no ser que explote por sí mismo...