Cada día hay más distancia entre los que saben mucho y los que saben poco, entre los que lo pueden todo y los que no pueden nada. Cada día son más los que obedecen ciegamente a unos pocos y es más profundo el vacío entre esos seres innombrables que ostentan el poder sin límite sobre nuestras vidas y la sociedad invertebrada que se mueve abajo como un ganado lanar.
No obstante, existen unas reglas precisas para que la gente obedezca sin rebelarse, creyéndose libre. Ante todo hay que tener al público contento y culpabilizado, sin darle tiempo a pensar. En cualquier caso, será necesario agitarlo con un látigo para que baile y se divierta ante una hipotética catástrofe que se avecina. Se le azotará alegremente con espectáculos de masas, con la basura de la televisión, con un sexo imposible al alcance de la mano, con ídolos del deporte, que sobre los vertederos industriales de las ciudades erigirán unos cuerpos desnudos en las vallas publicitarias como productos deseados, pero en medio del sonido que desprende una fiesta semejante se deberá oír una voz potente que anuncie medidas dolorosas, necesarias e inevitables para salir de la crisis sin que se nos permita dejar de bailar.
La voz repetirá una y otra vez que todo ha sucedido por nuestra culpa. Queríamos tener dos casas, un coche de gran cilindrada, ir de vacaciones de verano a Cancún o a esquiar a los Alpes, y no cesamos de consumir sin freno, de exigir trabajar menos y cobrar más. Protegidos por el vocabulario críptico de la alta tecnología, por el jeroglífico indescifrable de las leyes religiosas del mercado, el sistema hará que te sientas un menor de edad, ignorante y cómodo en medio de la mediocridad general, te hará correr agónicamente hacia el pesebre repleto de alfalfa y cuando te tenga del todo en sus manos te enseñará a balar. Pero recientemente ha surgido un nuevo Prometeo que ha vuelto a robar el fuego del Olimpo.
El héroe mitológico se ha encarnado en Julian Assange, el creador de Wikileaks, al que han encadenado para dejarlo a merced de las alimañas. Ha sido el primero, pero pronto tendrá una legión de seguidores dispuestos a apropiarse de la alta tecnología informática, como del fuego sagrado, y entonces serán los corderos los que desafíen y suplanten a los dioses.
Manuel Vicent. El País 12-12-2010
Manuel Vicent. El País 12-12-2010
3 comentarios:
Siempre me he preguntado qué es eso tan importante que tienen que esconder los gobiernos, de que trancendetales asuntos tratan los papeles secretos que cada estado guarda bajo el colchón para defender la inocencia de sus ciudadanos.
Despues salen a la luz los menos "peligrosos": que si tal piloto de aeronave vio un OVNI en tal sitio o que se dudó de que tal presidente democratico pudiera resistir en cual republica bananera... Y entonces me digo: "¡Puaf! ¡Menuda estupidez!"
Sin embargo, en el fondo, sigo creyendo que el mundo es de nosotros, no de oscuros organismos o de magnates criminales, y que me merezco la verdad. Me la merezco porque trabajo, vivo y amo en este mundo y nadie tiene derecho a ocultarmela. Mi "inocencia" es capaz de aguantarla... y si no, pues al menos me merezco ser yo quien lo decida.
Pero lo que de verdad preocupa a esa gente no es que la verdad se sepa, sino que descubramos los crimenes que quisieron ocultar, los muertos que dejaron por el camino y los billetes que se embolsaron gracias a ellos...
Perdón: trascendentales
(este teclado inalámbrico... jejeje)
Siempre ha sido así. Al principio lo hacía la religión, y cuando dejó de tener fuerza se cambió de táctica.
Ya que se habla de Wikileaks, vuelvo a dejar aquí el link a un blog de interés creado por una amiga para que todo el que quiera que la información sea libre colabore. Creo que está haciendo algo encomiable y realmente difícil.
http://operacionleakspin.blogspot.com/
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