Mi primer contacto con el existencialismo de Herman Hesse fue: El lobo estepario. Después vinieron Siddharta, Bajo las ruedas, Demian... y la última: En el balneario, una de sus últimas novelas. En ésta, Hesse habla con un cretino relamido y hace una preciosa disertación sobre la irrealidad de su intelecto, su cultura, de su razonamiento…si no es capaz de apreciar la grandiosidad de la naturaleza o la mismísima contradicción.
“Por realidad entiendo lo mismo que se llama “naturaleza”. Ud. no tiene realidades para mí. Carece de esos rasgos convincentes que convierte para nosotros lo percibido en experimentado, lo ocurrido en realidad. Ud. existe en un plano de papel, de dinero y créditos, de moral, de leyes, de inteligencia, de respetabilidad. Es un coetáneo de la virtud, del imperativo categórico y de la razón y tal vez incluso está emparentado con el capitalismo. Pero no tiene la realidad que a mí me convence en cada piedra y cada árbol, en cada sapo y cada pájaro. Puedo aprobarlo y respetarlo, puedo dudar de Ud. o creerle pero me es imposible percibirle, me es totalmente imposible amarlo.
Ud no es real para mí. Aunque no lo crea. Si coloco un brazo entre dos polos eléctricos me expongo a una descarga, pero no por ello consideraré la corriente eléctrica una personalidad o una criatura de mi especie.
Cuando he escrito a favor de la razón y la inteligencia y en contra de la naturaleza irracional y casual, cuando abogué por las ideas y reconocí lo espiritual como principio supremo, me estaba contradiciendo. Tengo la desgracia de ser contradictorio. Pero la realidad lo hace sin cesar y en cambio, no lo hace la inteligencia, ni la virtud.
Por ejemplo: después de un largo paseo puedo estar totalmente poseído por el anhelo de un vaso de agua y declarar que el agua es la cosa más maravillosa del mundo. Un cuarto de hora después cuando ya he bebido, no hay en la tierra nada tan poco interesante para mí como el agua. Lo mismo ocurre con la comida, con el sueño o con el pensamiento.
Mi actitud hacia el llamado “intelecto” es exactamente la misma que hacia el agua, la comida o el sueño. No hay nada que se me antoje tan imprescindible como el intelecto, la posibilidad de la abstracción, de la lógica, de la idea.. y en otros momentos todo lo intelectual me repugna como un alimento en malas condiciones.
Sé por experiencia que este proceder es considerado arbitrario y falto de carácter e incluso ilícito, pero nunca he podido comprender por qué, pues del mismo modo que he de alternar constantemente la comida y el ayuno, el sueño y la vigilia, también he de oscilar constantemente entre la naturaleza y el entendimiento, entre la experiencia y el platonismo, entre el orden y la revolución, entre el catolicismo y el espíritu de reforma. Que un hombre pueda venerar durante toda su vida al intelecto y despreciar a la naturaleza, ser siempre revolucionario y nunca conservador, o al revés, me parece algo muy virtuoso, lleno de carácter y consistente, pero también me parece fatal, repugnante e insensato… como si alguien quisiera estar siempre comiendo o durmiendo!.
Y no obstante, todos los partidos políticos y espirituales, religiosos y científicos se basan en la premisa de que tan insensato proceder es posible y natural!!. Yo amo apasionadamente por momentos el intelecto y le atribuyo lo imposible y en otros lo odio y reniego de él y me voy en busca de la inocencia y la plenitud de la naturaleza. ¿Por qué encuentra ud. lo natural falto de carácter e ilícito lo sano y evidente? Ya veo que no puede explicármelo.
Está aquí presente y bajo sus ropas hay un menú que ha ingerido, pero no un corazón, y en su cráneo engañosamente bien imitado hay inteligencia pero no naturaleza. Nunca he visto nadie tan ridículamente irreal como usted.
El papel le asoma por los ojales, el intelecto por las costuras, en su interior no hay más que periódicos y cédula de impuestos, Kant y Marx, Platón y tipos de interés. ¡Si soplo desaparecerá!! Si pienso en mi amada un sólo instante o en una pequeña primavera amarilla será suficiente para borrarlo por completo de la realidad”.
Y cuando terminó de hablar, el tipo, efectivamente, había desaparecido.