martes, 28 de febrero de 2012

martes, 14 de febrero de 2012

Odio a los indiferentes

Odio a los indiferentes. Creo que vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano y partisano. La indiferencia y la abulia son parasitismo, son bellaquería, no vida. Por eso odio a los indiferentes.

La indiferencia es el peso muerto de la historia. La indiferencia opera potentemente en la historia. Opera pasivamente, pero opera. Es la fatalidad; aquello con que no se puede contar. Tuerce programas, y arruina los planes mejor concebidos. Es la materia bruta desbaratadora de la inteligencia. Lo que sucede, el mal que se abate sobre todos, acontece porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, permite la promulgación de leyes, que sólo la revuelta podrá derogar; consiente el acceso al poder de hombres, que sólo un amotinamiento conseguirá luego derrocar. La masa ignora por despreocupación; y entonces parece cosa de la fatalidad que todo y a todos atropella: al que consiente, lo mismo que al que disiente, al que sabía, lo mismo que al que no sabía, al activo, lo mismo que al indiferente. Algunos lloriquean piadosamente, otros blasfeman obscenamente, pero nadie o muy pocos se preguntan: ¿si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, habría pasado lo que ha pasado?

Odio a los indiferentes también por esto: porque me fastidia su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos: cómo han acometido la tarea que la vida les ha puesto y les pone diariamente, qué han hecho, y especialmente, qué no han hecho. Y me siento en el derecho de ser inexorable y en la obligación de no derrochar mi piedad, de no compartir con ellos mis lágrimas.

Soy partidista, estoy vivo, siento ya en la consciencia de los de mi parte el pulso de la actividad de la ciudad futura que los de mi parte están construyendo. Y en ella, la cadena social no gravita sobre unos pocos; nada de cuanto en ella sucede es por acaso, ni producto de la fatalidad, sino obra inteligente de los ciudadanos. Nadie en ella está mirando desde la ventana el sacrificio y la sangría de los pocos. Vivo, soy partidista. Por eso odio a quien no toma partido, odio a los indiferentes."

Antonio Gramsci

jueves, 9 de febrero de 2012

Capitulación

Nunca debimos perdonar todo lo que nos hizo el franquismo. La mal llamada transición no fue sino una capitulación. Si no hubiésemos mirado para otro lado como borregos que somos, probablemente  ni los cachorros del régimen ni ninguno de sus miembros se hubiesen atrevido a crear un partido como el PP.  Y  jamás hubiésemos permitido la existencia de ninguna agrupación de ultraderecha. Y la iglesia católica no tendría ningún poder en la toma de decisiones de la vida politica. Y dentro de los tribunales se hubiese limpiado todo germen fascista. Podemos llamar a Superman para que de unas vueltas al mundo y viajemos atrás en el tiempo, salir a la calle y boicotear el sistema o quedarnos jodidos pero calentitos en casa. Ya sabéis qué opción hemos elegido.